miércoles, 29 de octubre de 2014

Ruta circular desde Santa Ana la Real

Ruta realizada el día 6 de Abril del 2.014.

Fuimos Mª José y yo, Antonio.

Desde Tomares, y por la autovía de la Plata, nos desviamos dirección hacia Aracena y, justo en la primera rotonda de entrada a ella , tomamos dirección Linares de la Sierra y Alajar y, por último, Santa Ana la Real, donde dejamos el coche justamente en la misma Plaza de España, frente a la escalinata que sube a la plataforma o plaza anterior de la Iglesia.

Con mochilas a la espalda y botas de montaña en los pies, iniciamos nuestra andadura por las calles de este precioso pueblo. Primero por la calle Corrales para salir de la población por Martín Vázquez, cuya prolongación era el camino “Maisevilla”, según indicaba un cartel de la Junta.


Tras él, existía un mirador con barandillas de madera que te invitaba a otear sus amplias vistas, principalmente de toda la sierra de Aracena, además de parte del mismo pueblo de Santa Ana y, curiosamente, con todo detalle, de su cementerio.

El camino estaba limitado a una cota superior por otra barandilla, igualmente de madera, que albergaba a un número elevado de caleras, cada una de las cuales llevaba el nombre de su dueño. Estaban restauradas y relativamente bien cuidadas.




A lo largo de esa ladera, daba la impresión de que  existieran algunas otras caleras a mayores cotas, como en dirección hacia la cumbre del cerro dónde se localizaban, el cerro Castillejo de las Cornicabras, que no subí por no conocer su existencia en ese momento.


Proseguimos por el camino hasta que llegamos a un cruce y tomamos a nuestra izquierda en ascenso, como si bordeásemos el cerro anterior, para encontrarnos con otra bifurcación que tomamos a nuestra derecha. Seguíamos en leve ascenso.


Dejamos a nuestra espalda el cerro de Castillejo de las Cornicabras   ¡!Qué coraje no haberme dado cuenta!!! Qué le vamos a hacer!!


El camino nos llevaba por la mismísima cordal de la sierra de las Cumbres. Se trataba de una superficie plana que dejaba ver de forma amplia hacia ambos lados, aunque el más bello era  el del Sur. De vez en cuando tenía algunas formaciones rocosas a modo de almenas de castillo naturales que le daban un aspecto muy curioso a la zona.



Pero, aunque el camino seguía por la misma dorsal, nos desviamos hacia nuestra derecha, en la siguiente bifurcación, en un vertiginoso y largo descenso. En ocasiones nos encontrábamos con postes de madera que, mediante un pequeño cartelito, informaban que caminábamos por el “Camino de la Cumbre”. De hecho, fuimos bajando constantemente a lo largo de la falda o ladera de la sierra de la Cumbre.

Tanto descenso nos iba mosqueando, (lo que se baja luego hay que subirlo!!) pero, de momento, la cosa marchaba cómoda, las vistas agradables y el entorno era muy atractivo, aunque con algo de calor y pocos árboles que nos protegieran.

Conectamos con otro camino que, aunque seguimos durante un rato en descenso, fue bastante menos acusado y más suave.

Nos encontramos con una cría de sapo común que cruzaba transversalmente nuestro camino y se dejó fotografiar para, más adelante, dar con un pequeño aporte de agua que cruzaba el camino y en el que, más que circular, el líquido elemento embarraba el lugar, pero formaba una pequeña charca donde también encontramos y fotografiamos ranas.




Nos llevó a unas ruinas, que supongo serán de un antiguo cortijo, con el inconveniente de que, junto a ellas y prácticamente sobre el camino, había varias cajas con sus correspondientes abejas, panales pegados al carril que, al irnos aproximando hacia ellos, iban aumentando el número de ejemplares en busca del codiciado néctar con un zumbido algo inquietante, así que decidimos tomar un pequeño atajo, para evitar posibles picaduras, bordeando el cortijo derruido por su parte trasera.


Antes de proseguir con el itinerario, decidimos asomarnos a un pequeño saliente con vistas a la sierra del Pico, densamente poblada por vegetación.

Estábamos entre jaras, de flores blancas y amarillas, que se combinaban de forma extraordinaria con las flores rosas, amarillas y rojas de otras plantas que tapizaban las laderas por las que caminábamos.



La sierra del Pico y la sierra de las Cumbres de la que procedíamos, en su encuentro a sus pies,  formaban el cauce por el que circulaba la Rivera de Santa Ana.

A partir de este momento el itinerario que realizamos fue paralelo y a cierta altura sobre el curso fluvial. Se escuchaba continuamente la caída de las aguas en los diferentes saltos por los que iba circulando. Según nos dijeron a posteriori en el pueblo, se trataba de pequeños saltos nada llamativos pero, lo cierto es que, sonaba como si fuesen grandes cascadas por donde se precipitaban las aguas.

Comento esto porque todo el cauce estaba cubierto de una densa vegetación que daba la sensación de impenetrable y ocultaba toda posibilidad de visión sobre la rivera. Se escuchaba, se intuía de su presencia, pero nada más.

Tras un tramo, al principio en suave descenso ¡para variar!, el sendero, que ya no era camino, comenzó a ascender pero, en ningún momento lo que ya llevábamos bajado, sólo un corto trecho.



Se trataba de un sendero, perfectamente marcado y libre de vegetación, que atravesaba la ladera completamente poblada, principalmente de jaras.

En el extremo de ese tramo, donde realizaba una marcada y pronunciada curva de unos 90º, nos recibió con un gran bloque pétreo a modo de portal . Lugar fotogénico que no desaprovechamos.




Comenzamos a ver más bloques dispersados por ambas laderas, la del frente y por la que marchábamos. Algún tramo cubierto por arbustos y, siempre, laderas de color verde donde aparecían tonos grises de rocas diseminadas.



Fuimos alcanzando una zona con mayor número de rocas y, cada cua,l más extraña. Eran como lascas verticales colocadas individualmente y en un equilibrio precario.



A medida que íbamos avanzando en nuestra circular, el cauce, que siempre lo llevábamos paralelo a nosotros, se iba igualando, enrasando a nuestra cota, así que observamos un senderillo que tiraba dirección a su orilla y lo tomamos. Una vez en la rivera lo exploramos, en diferentes sentido, aunque era difícil la progresión sin sufrir algún remojón con lo que, nos limitamos a tomarnos unas frutas al fresco con el relajante sonido del correr de sus aguas.




Tras este parón relajante, volvimos a subir al sendero principal y continuamos rodeados de esas extrañas rocas que cada vez eran más abundantes. Para mí, la parte más bella del recorrido.





Encontramos un segundo senderillo, que nos llevaba al propio cauce, y no perdimos tampoco esta segunda oportunidad de contemplar pequeños saltos de aguas y una gran piedra caída que permitía el paso por debajo de ella.





Tras gozar un rato de este bello rincón, proseguimos con nuestro trazado principal que, poco a poco, nos fue sacando de la zona más agreste y nos depositó en terrenos más llanos y humanizados, pasando junto a vallados y campos de cereales.

Aunque conservábamos la rivera junto a nosotros, ésta iba ya remansada y algo más abierta, bordeada por álamos (si no me equivoco en la especie).

Pasamos junto a un antiguo molino de agua ubicado dentro de una finca, atravesamos arroyos como el del Barranco de la Presa, mediante puentes de madera, y cercas de diversas granjas.

 Nos movíamos por los: “Camino de Castaño del Robledo a Riotinto” y por “Camino de Santa Ana a Alajar”.

Tuvimos que pasar, más adelante, el Barranco de los Casares por un nuevo y bonito puente, también de madera. Allí nos recibió un simpático equino que, por encima de la alambrada, nos pedía algo de comer. Se notaba que estaba acostumbrado a la gente y, en alguna que otra ocasión, pillaría algo.




Ahora el sendero transcurría, según los letreros, por el Camino de las Callejas. Aun tuvimos que sortear mediante puentecitos algún que otro arroyo.



Alcanzamos la carretera A-470 y anduvimos por ella unas decenas de metros para, de nuevo, volver a un camino de tierra. Había varios coches aparcados, ya que parece, según un cartel informativo de la Junta, que aquí se iniciaba una ruta para visitar las cascadas de Jollarancos. No lo pensamos mucho y decidimos verlas también. Total, ya estábamos próximos a nuestra meta final del recorrido e íbamos a terminar demasiado pronto.

El camino pasaba cerca de otras largas y grandes granjas y, un tramo del recorrido, junto al Barranco del Negrito. Incluso había otro puente para salvarlo en momentos de mayor volumen de aguas.


La otra mitad del recorrido, aproximadamente, marchaba paralelo a otro arroyo que vertía sus aguas en el anterior. Tras subir ligeramente este tramo y cruzar un último aporte de aguas, nos encontramos con las famosas cascadas, causantes de este último paso fluvial.

Eran muy bonitas y altas, lo que nos dio juego para fotografiarlas y hacer un poco el cabra.





Tras la exploración, con los bajos de los pantalones chorreando, iniciamos el descenso para continuar y cerrar nuestra circular. Llegados de nuevo al último puente descrito y continuamos, con la misma dirección que traíamos en este tramo, antes de desviarnos para buscar las cascadas de Jollarancos.

Pasamos entre espléndidos quejigos, cruzamos de nuevo el barranco de los Casares, pasando por la zona que el mapa del IGN nombra con su homónimo, y entramos en la pedanía de La Presa pasando por grandes fincas dedicadas a la cría del cerdo ibérico y comprobando que se comían hasta las cáscaras de las naranjas y, por supuesto, por los típicos caminos más representativos de esta sierra de Aracena, caminos limitados a ambos lados por muros de piedras.





En poco tiempo alcanzamos de nuevo Santa Ana la Real comprobando que, curiosamente, las dos albercas que nos encontramos estaban plagadas de carpas de colores.


Entramos al pueblo, por el camino de la Presa, encontrándonos con un bonito lavadero y la famosa fuente de los tres caños.





Tras refrescarnos y fotografiarnos junto a ella, continuamos por las calles Vínculo, Carnicería, Fuente y, por fin, llegamos a la Plaza de España donde, tras cambiarnos de calzado y alguna prenda, soltamos las mochilas en el vehículo y nos dirigimos a un bar, al que ya le habíamos echado el ojo en el regreso, y nos tomamos unas refrescantes y revitalizantes cervezas acompañadas de un surtido de chacinas de la zona.

DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:




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