Ruta realizada el día 15 de Marzo
del 2.014.
Fuimos Espino, Eugenio, Conchi,
Pepe, Pilar, Juan José, Mª José y yo, Antonio.
Desde Sevilla y por la autovía de
Madrid, llegamos a Estepa desviándonos hacia Casariche y, por último, a
Badalatosa. Una vez en el pueblo, tomamos la carretera que se dirige hacia
Corcoya, dejando los vehículos junto a la carretera, a la altura de la presa
del embalse Malpasillo.
Con mochilas a la espalda, botas
de montaña en los pies y crema solar para la cara y el cuello, iniciamos nuestra
ruta programada.
Nos encontramos con un día
soleado; demasiado para mi gusto!!! En Andalucía es lo que pasa, del invierno
pasamos, casi, al verano; apenas hay una transición notable.
Nos encontramos las aguas del
Genil interrumpidas por la presa y con multitud de maderas, juncos y cañas
flotando junto a ella, aparte de, por desgracia, algunos botes de plásticos y
otras basuras urbanas.
Al contemplar longitudinalmente
el curso fluvial, se divisaba, al fondo, el cerro al que pretendíamos subir.
La ruta daba comienzo entre dos
pequeños pilares que tenían escrito, en relieve, el nombre de la ruta, “Ruta
del Tempranillo” y el supuesto bandolero, sobre su caballo.
Caminábamos paralelos al Genil,
por un carril de tierra entre árboles de olivos, por la zona, según el IGN, de
Juan Zarco.
Llegó un momento en que el camino
se acabó justamente en el mismo gran meandro que hace el Genil. Curiosa curva
de 180º que describe el río en ese punto. Allí nos encontramos con un cartel
metálico que nos indicaba dos posibles direcciones, una para ver el meandro
desde un mirador (que no tomamos) y otra para el paraje el Sandino, que es por
donde continuamos hacia el Paraje Natural del Embalse de Malpasillo.
Caminamos por el mismo borde del
río, a cierta cota, observando cómo el talud de tierra que formaba su orilla,
en algunos tramos, se había vencido y caído hacia el mismo.
A continuación tuvimos que pasar
junto a una masa inmensa de plantas. Una variedad de planta acuática, parecida
a plumeros, que ocupaban una vasta superficie bordeando el Genil por ambas
orillas.
Atravesamos un pequeño bosque de
árboles cuyas ramas se entremezclaban unas con otras dando una sensación de
caos. Todo por sendero perfectamente marcado y claro que se veía muy pisado.
Debía tener bastante afluencia de senderistas.
Pasamos por una pasarela de
madera que salvaba al arroyo del Pontón que alimentaba al río y que, más
adelante, íbamos a visitar de nuevo para ver su gruta. Paso subterráneo de
grandes dimensiones y muy atractivo.
A partir de aquí, el sendero se
estrechó pero seguía perfectamente marcado. Comenzó a tomar pendiente subiendo
paulatinamente por la falda de la ladera que formaba el cerro La Cabrera. En
algunos puntos tenía una fuerte pendiente lateral que, a alguno del grupo, le
hizo dudar.
A medida que recorríamos esta
zona, era más evidente el gran encajonamiento que producían las laderas de los
cerros en cuyo fondo discurrían diferentes arroyos. Llegados al punto más alto
de este tramo, bajamos hacia un puente natural que cortaba literalmente el barranco
y unía ambas laderas.
Debajo estaba la gran ruta y principal objetivo de este
recorrido.
Bajamos despacio hasta el mismo
curso del arroyo Pontón, con cuidado, porque el terreno era muy resbaladizo a
causa de la tierra suelta y pequeñas piedrecitas.
Una vez abajo, en el propio curso
de agua, nos sorprendimos con lo espectacular de ese paso subterráneo. No daba
la impresión de estar construido sobre terrenos demasiado consistentes, aunque
se trataba de un lugar inesperado, sorprendente y muy llamativo.
Tras explorarlo en condiciones y
haber picado algo, reanudamos la marcha y regresamos por nuestros pasos hasta
que lo dejamos a nuestra izquierda y continuamos, ladera arriba, por un sendero
con un lateral empedrado que limitaba un campo de cultivo con olivos.
Alcanzamos un carril de tierra
procedente de la Ermita de la Fuensanta, por el que, más tarde, pensábamos
volver en dirección opuesta para realizar la circular.
De momento, caminábamos hacia el
lado contrario de la Ermita y en ascenso, saliéndonos un momento para subirnos
a un promontorio de piedras que hacía las veces de mirador natural de todo lo
que hasta ahora llevábamos recorrido, entre otras vistas.
Nos encontramos con edificaciones,
abandonadas y derruidas, de lo que podían haber sido dependencias relacionadas
con las minas que hay por aquí. En una de ellas nos encontramos con un roedor
atrapado en una fisura de la pared, ¡! también tuvo mala suerte el animal de
quedar atrapado de aquella forma ¡!.
Construcciones como de almacenamiento
o de clasificación así como una pequeña mina que disponía de dos ramas que se
introducían algunos metros hacia el interior.
Tras la exploración de esta zona
continuamos cerro arriba para coronarlo, llegando a pisar el Cerro La Cabrera,
con sus 449 m de altitud. Se tenían unas amplias vistas de todo el entorno que
nos rodeaba. Hicimos las fotos de rigor, buscamos un lugar adecuado, además de
buen balcón, y allí almorzamos sendos bocatas, con sus respectivas cervezas,
más el lote de entrantes que fueron surgiendo.
El regreso y bajada, la hicimos
por el mismo camino hasta llegar al punto donde conectamos con el carril en la
subida. A partir de aquí, y ya todo el tiempo por carril, llegamos a la Ermita.
Hasta aquí llegaban los coches. De
hecho, llegó uno cuando estábamos viendo la fachada de la Ermita que también
contaba con un antiguo palomar muy curioso que se veía a lo lejos, por encima
de ella.
Anduvimos un trecho por la propia
carretera, dirección a Corcoya, pedanía de Badalatosa, pero nos desviamos a
nuestra izquierda, antes de llegar a la población, por otro carril de tierra
que discurría entre un olivar. Comenzábamos a trazar la circular y paralelos al
arroyo del Algarrobo.
Pasamos junto a otra edificación
derruida y con vistas al cerro que anteriormente habíamos coronado. Íbamos
cerrándole el cerco y, por lo tanto, cumpliendo el itinerario, pero antes
tuvimos que sortear el arroyo.
Para ello, dejamos el carril,
aunque terminaba un poco más adelante, y por un senderillo entre algo de maleza
y cubierto como si de un pequeño bosque de ribera se tratase, llegamos a un
precioso rincón por donde fluía el arroyo entre rocas y plantas.
Una vez atravesado, caminamos por
la ladera que tenía al río Genil, como límite en su contorno, con la isla de la
Víbora enfrente.
Era llamativo contemplar la
inmensa superficie de plantas plumeros que cubrían ambas márgenes del río.
Algo más adelante, conectamos con
el punto que cerraba definitivamente la circular al cerro siendo, el resto de
la ruta, el mismo trazado que el que realizamos por la mañana cuando iniciamos
la marcha.
Ya en los coches, y cambiados de
calzado y algunas prendas, a Juan José se le ocurrió nombrar la palabra
“Buñuelos” y, automáticamente, salimos dirección Montellano en busca de ese
preciado manjar que, mojado con chocolate calentito, os podéis imaginar cómo
estaban.
Ir a Montellano, nos obligaba a
desviarnos algo de la ruta de vuelta, unos 20 kilómetros más, pero …… todo sea
por esos ricos B U Ñ U E L O S.