Ruta realizada el día 22 de
Noviembre del 2014.
En esta ocasión me fui sólo, a la
sierra, para intentar realizar una ruta circular de subida al Hacho de Gaucín;
ruta a la que, desde hacía mucho tiempo, le tenía ganas y tenía estudiada en
parte.
El hecho que desencadenó su
visita fue divisar las impresionantes vistas que, desde la sierra de
Crestellina, tuve, de ese altivo peñón, cuando estuve por esa zona de Casares
en rutas anteriores.
Procedente de Sevilla, por la
carretera de Utrera y dirección Ronda, pasado el Puerto de Montejaque, me
desvíé hacia Montejaque, Benaoján y luego, dirección hacia Cortes de la
Frontera, tomé el desvío por Jimera de Líbar hasta conectar con la autonómica
A-369, que une Ronda con Gaucín, a donde llegué, tras dejar atrás Benadalid y
Algatocín, entre otros pueblos.
Atravesé Gaucín, por completo,
dirección hacia Jimena de la Frontera y, prácticamente a la salida, al final de
las últimas viviendas, junto a una
gasolinera y un hotel situado al lado contrario de la carretera, dejé el coche.
Con mochila a la espalda y botas
de montaña en los pies, crucé la carretera, llegué a la gasolinera y, dándole
la vuelta por detrás, bordeándola, inicié mi trazado.
Se trataba de un día un tanto
gris, pero óptimo para subir, fresco, agradable y sin nieblas, que te permitía
tener amplias vistas.
Se trataba de un sendero, al
principio camino, muy claro y delimitado a ambos lados por un vallado de las
fincas colindantes. Pasé junto a una hilera de eucaliptos y un rebaño de ovejas
que comían apaciguadamente. Siempre con el esbelto Hacho enfrente.
El camino se bifurcó algo más
adelante; el ramal derecho descendía ligeramente y se desviaba de la dirección (parece
que se dirigía a las fincas y a la casa de Montero). Tomé el de la izquierda
que seguía en ascenso, aunque relativamente cómodo.
Llevaba cargados en el GPS varios
tracks: algunos circulares, otros de la zona de la vía ferrata y uno último de
ascenso al pico; pero mi pretensión era la de realizar una circular uniendo el
Hacho con el extremo donde se salía de la vía ferrata, caminando por toda la
cordal que los unía y, esa unión, no la llevaba cargada porque no la encontré.
Y eso que estuve un buen tiempo investigando en casa esa ruta.
Seguía unas marcas de pintura
azules que, de vez en cuando, aparecían pintadas sobre las rocas.
Las vistas del pueblo y de su
castillo, sobre ese peñón rocoso, eran magníficas a medida que ibas tomando
altura y echabas un vistazo atrás. También recuerdo cómo, varios buitres,
volaban alrededor, planeando con sus alas extendidas y observándome, girando su
cuello, al pasar a mi altura.
Poco a poco, llegué al collado
Puerto de los Hinojales, donde se interponía, entre el pico del Hacho y yo, una
estructura metálica de una torre de electricidad sobre la que confluían varias
líneas.
Bebí un trago de líquido y exploré
algo la zona, sobre todo un alargamiento hacia el Norte, con un vallado
lateral, con buenas vistas y un denso pinar. Pero no me quise entretener y
comencé a subir la empinada ladera del Hacho, repleta de matorral bajo y, en su
cara Norte, densamente poblada de árboles, encinas en su mayoría.
Para mi sorpresa, y eso que
estaba dispuesto a tirar parriba como un toro, me encontré con un estrecho y
sinuoso sendero que subía en la misma dirección y pegado a un vallado lateral,
que delimitaba el pico en dos zonas. Decidí seguirlo y obtuve dos beneficios:
uno, me subía a mi objetivo, y otro, me evitaba la multitud de pinchazos que
estaba dispuesto a soportar.
Fuerte pendiente pero, a la vez,
superabas muchos metros en poco tiempo. Justo al llegar a los primeros riscos,
observé que el vallado se interrumpía con una portilla abierta que daba la
impresión de conducirte hacia arriba bordeando los riscos por el otro flanco
pero sin un claro sendero, por lo que lo desestimé.
Continué por el sendero, que me
llevó a varios balcones naturales, con espléndidas vistas sobre Gaucín y las
sierras más lejanas.
Aunque encima de mí existía un
cordón rocoso que llegaba hasta la cumbre, me llamaba poderosamente la atención
un cuerno o peñón rocoso que sobresalía a la derecha, según ascendía, que tengo
entendido que se conoce como Tajo Bermejo.
Como subía sólo, a mi bola,
pensé… ¿Por qué no? Vamos a visitarlo.
Antes de desviarme del marcado sendero,
me percaté, desde ya cierta altura, de un grupo de senderistas agrupados sobre
el Puerto de los Hinojales. Igual realizo esta ruta en compañía, pensé… Pero
creo que hoy nadie quería “sufrir” demasiado y vi como seguían pasando de largo
del desvío hacia mi subida (continuaron caminando por donde yo tenía previsto
aparecer si me salía el proyecto estudiado)
Pues nada, de nuevo en soledad,
continué hacia el Tajo. En un momento llegué, estaba cerca, aunque había que
caminar entre matorral pinchoso y con pendiente lateral alta.
Existía un pasillo pétreo que te
invitaba a pasar y así lo hice, encontrándome un cordón de acero como pasamanos
y, en su final, una reunión de las empleadas por los escaladores. Esa pared se
cortaba a pico unos 30 m. Te ponía los bellos de punta!!
Exploré sus alrededores, donde
las verticales seguían siendo de impresión, con la compañía de los únicos seres
vivos que continuamente estaban junto a mí, los buitres.
¡Un mal Yuyu, por la zona en la que me movía,
je, je...!
Reconocida la zona, me dirigí de
nuevo al sendero de subida y, entre encinas y algunos pasos entre rocas, llegué
por fin a la parte superior del Hacho.
Realmente, se podría decir que se
compone de dos cimas. La situada más al Este, se trataba de un balcón
estupendo, con vistas, sobre la población, de primer orden y, por supuesto,
sobre los buitres que planeaban bajo mis pies y, otros, por encima. Me llevé un
buen rato contemplándolos e intentando obtener alguna buena foto pero, con una
compacta, es bien difícil.
Tras las numerosas fotos, con los
diferentes fondos, tiré hacia la cumbre real, donde se encontraba el poste
geodésico. Descendí algo y pronto ascendí para alcanzar la cumbre. Numerosas
fotos otra vez. Este poste disponía de una placa con su nombre, altitud, sierra
y término municipal, colocado por los Pasos Largos (supongo por lo de las
iniciales “P.L.”)
Creo que fue aquí donde perdí mi
bastón, que yo mismo me construí con una caña de bambú que me proporcionó Juan
José. Con un taladro, lo perforé para pasarle un cordino azul para mi muñeca y
una cuerda blanca enrollada (como se ponen los anzuelos en el sedal), como zona
para agarre. Qué le vamos a hacer… la falta de costumbre de llevarlo, ya que
suelo ir sin bastones a las rutas.
Magníficas vistas de las sierras
de los alrededores: Pinos, Crestellina, Peñón de Gibraltar, costa africana,
entre otras, pero la que más me interesaba, en esos momentos, era el extremo de
la cordal de esta misma sierra del Hacho.
Tras comer algunas frutas y beber
algo, sin track de apoyo, comencé a bajar por la ladera, dirección Oeste, sin
muchas esperanzas de conseguir el objetivo puesto que, aunque se podía caminar
sorteando los matorrales, no era nada cómodo ni fácil pero, siguiendo los
omnipresentes senderos de cabras, poco a poco, se iba avanzando.
Llegó un momento en que dejé esa
dirección y tomé la Norte para ponerme en lo alto de la cordal y allí me llevé
una grata y tranquilizadora sorpresa: descubrí un claro y definido sendero que
tenía toda la pinta de unir los dos extremos de esa cordal, y así fue.
Entre plantas de Matagallos,
encinas y piedras de todos los tamaños, fui avanzando por esta magnífica senda,
mucho más deprisa de lo que me podía haber imaginado, gozando de todo este
entorno y sin tener la preocupación o inquietud de buscar las posibilidades de
continuación que, a priori, pensaba encontrar.
Me encontré un topillo muerto,
espero de forma natural, aunque lo dudo. Casi todo el tiempo con vistas hacia
las dos laderas o alternándolas de forma ágil, pasando de una a otra
rápidamente.
La verdad, es que lo último que
pensaba que me iba a encontrar era esta “autovía, en plena cordal, por la
mismísima línea de cumbres”
Me acerqué a la parte más Oeste
de este recorrido, donde me encontré con los cables de acero de las salidas de
las ferratas, así como los peldaños pegados a las rocas. Estuve un buen rato
explorando esas zonas rocosas sin exponerme nada en absoluto en las posibles
verticales.
Se trataba de una zona formada
por pura caliza en forma de gradas donde bajabas de altitud, de forma rápida,
remetiéndote entre ellas. Tras un concienzudo escudriño, decidí regresar por mis
pasos hasta alcanzar una portilla que ya había divisado anteriormente a la ida.
Estaba en terreno privado pero se permitía su acceso, lo cual es de agradecer.
Antes de ello me percaté de dos
azulejos pegados sobre rocas que indicaban un número romano, supongo que señas
para los que realizan las vías ferratas y por supuesto, me fotografié sobre la cumbre más alta del extremo opuesto al Hacho.
Dentro de esa finca se descendía,
entre alcornoques y encinas, por un terreno despejado de matorral y recubierto
por las hojas secas de los árboles, normalmente junto a un vallado que llevaba
lateralmente. Tras un buen rato descendiendo, con los postes metálicos del
vallado pintados de color amarillo, dirección hacia la casa de la Huerta del
Peso, tuve que bordearlos dejándolos a mi derecha y encontrándome con una
vivienda. Seguí bordeándola hasta que me encontré con unos escalones,
realizados en piedra y cemento, que me llevaban a una portilla de grandes dimensiones
y casi recién puesta, era muy nueva, con las marcas azules, además de las de
rojo, blanco y amarillo, de grade
y medio recorrido.
Una vez superada la portilla, la
senda seguía muy clara. Tuve que superar, al menos que yo recuerde, otras dos
iguales a ésta, siendo la última, la única que podría presentar alguna
confusión, ya que el sendero seguía marcado hacia el frente y la portilla se
encontraba justo al lado, pudiendo dejarla de lado. Pero como se está obligado
a pasarlas (que os lo digo yo) y eran bien visibles, sabiéndolo, no
tendréis ningún problema en seguir el itinerario.
Pasé junto a una fuente
abrevadero, que me llamó mucho la atención, ya que el teórico abrevadero asemejaba
al fondo de una olla. Proseguí por una senda entre alcornoques y matorral bajo
de todo tipo. Superé la segunda Portilla de idénticas características y, cuando
el sendero subía hacia un collado entre rocas, dejando atrás la amplia y bella
vaguada que terminaba en la Casa de la Huerta del Peso, dejé momentáneamente el
sendero para alcanzar unos cerros que se me antojaron dignos de ser pisados.
En los árboles que había en su
cumbre, colgaban letreros como “tramo I”; supongo, puestos de caza. ¡ Qué le
vamos a hacer ¡
Volví por mis pasos y continué
por la senda, encontrándome una calera a mi paso y, más tarde, el Tajo Bermejo
desde el ángulo inverso, donde se veían las inmensas paredes verticales que intuí,
más que ver, desde arriba, cuando me subí.
Pronto alcancé el Puerto de los
Hinojales, donde comencé esta aventura subiendo por las laderas del Hacho.
El resto del recorrido fue por el
de ida de la mañana, aunque acorté pasando directamente por la gasolinera.
Cambio de calzado, prenda y, del
tirón para Arriate, para tomarme unos cafés con buñuelos, en Montellano, con
unos amigos que sabía que estaban realizando, en esa zona, una ruta.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace: