Ruta realizada el día 24 de Mayo
de 2.014.
Fuimos de nuevo Mª José y yo,
Antonio. Nos gustó mucho la zona que pateamos la semana anterior y decidimos
volver por los alrededores para realizar la ruta del Trevenque.
Bueno, hicimos lo mismo que en la ruta anterior de
subida al pico Huenes: levantarnos muy temprano, tomar la autovía desde Sevilla
a Granada, llegar a la Zubia, pasar Cumbres Verdes y aparcar cerca del cerro de
Sevilla.
Para esta ruta, arrancamos desde
el mismo punto que para la anterior con la diferencia que tomamos otro camino
inicial.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestro recorrido (dejando a nuestra
izquierda el carril que tomamos para dirigirnos hacia el puente de los Siete
Ojos) para subir al Huenes. Después, tomamos el que nos conducía a los Arenales
del Trevenque y también a la propia Cuerda del Trevenque.
Al comienzo del trazado, vimos al
fondo y a nuestra derecha, hacia el Oeste, el gran barranco que formaba la Boca
de la Pescá e, inmediatamente, algo más abajo nuestra, sobre la misma ladera,
el Canal de la Espartera, una acequia que la recorría hasta llegar a la Toma
del Canal de las Espartera, donde se unía con el río Dílar.
Tras continuar durante un buen
trayecto el carril terroso, nos encontramos con una extensión amplia y llana de
terreno donde había un cartel informativo sobre la creación de los Arenales del
Trevenque y unas barandillas de madera para contemplar ese paisaje.
Este fue el punto donde
comenzamos el trazado circular, el nexo de unión. Aquí nos cambiamos al carril
que nos llevaría a la Cuerda, dejando el que seguiría la trayectoria de la
Cañada Real de Padul al pico Veleta.
Sobre la cuerda, a veces sobre el
carril y a veces atrochando, fuimos caminando en suave ascenso y, poco a poco,
nos fuimos aproximando a las laderas del Trevenque.
Con vistas en todo momento de
Sierra Nevada, Alayos y el macizo del Huenes, entre otros, fuimos avanzando por
la cordal, por un carril y senderos arenosos muy marcados. Poca vegetación
arbórea y pequeñas plantas diseminadas a lo largo del recorrido.
Pasamos por barrancos laterales
muy pronunciados y encontramos, a lo largo del recorrido, piedras muy
erosionadas de muy caprichosas formas, aunque las de tipo aguja eran las que
más se repetían.
En una curva del camino, aunque
mirando el plano del IGN parece que el carril terminaba allí, nos desviamos hacia nuestra izquierda por un
recorrido marcado por un hito de piedras. El sendero, en ascenso más acusado,
muy marcado y formado por piedras sueltas, nos dirigía alineadamente a la base
abrupta del Trevenque.
Nos subía por una pequeña
estribación, totalmente árida, sin ninguna planta superviviente (el reino del
polvo y las diminutas piedras) hasta que, más arriba, sobre la misma cordal,
comenzaron a aparecer árboles aislados y pequeños matojos que volvieron a dar
el toque de color y vida a este último escollo.
El final de la subida fue entre
piedras de considerable tamaño y con formas de las más extrañas. Durante un
momento, parecía un paisaje lunar o extraterrestre.
Alcanzamos un collado que nos
daba vistas hacia el lado contrario al que subíamos, ya todo de ambiente calizo
pero claramente erosionadas por la acción del viento, lluvia y nieve que por
aquí abunda y, rápidamente, subimos a su cumbre.
Sobre ella, gozamos de sus
extraordinarias vistas, nos fotografiamos con todos los fondos posibles y
picamos algo.
La anécdota de lo que nos ocurrió,
durante ese tiempo que estuvimos en lo alto, fue la visita inesperada de una
cabra montesa que, al ruido de las bolsas de plástico, se nos acercaba con
mucha cautela, siempre dejándonos un margen de distancia de seguridad pero, a
la que estuvimos contemplándo a menos de diez metros de nosotros durante toda
la estancia en la cumbre del Trevenque. Cuando te acercabas, se retiraba pero,
al momento, aparecía por otro rincón insospechado. Evidentemente fotos a punta
pala y desde diferentes puntos de vistas.
Tras la estancia prolongada en esta cima desde
la que se vislumbraban muchas elevaciones de alrededor, además del entretenimiento
esporádico recibido, decidimos emprender el regreso pero realizando una
circular por el barranco del Búho.
Para ello, descendimos el mismo
camino que utilizamos a la ida de subida al pico, hasta conectar con el punto
donde dejamos el carril para iniciar la subida. Continuamos bajando por esa
estribación, donde estaban acostados dos inmensos machos monteses, que tardaron
bastante en levantarse y alejarse del camino como pensando: “estos dos, podían
haber tirado por otro lado”.
Acto seguido, se frotaron los
lomos con unos arbustos, como en el despertar de una no tan relajada siesta
como les hubiese gustado.
Dejamos atrás el Trevenque y su
marcado sendero de bajada, y comenzamos a ver los primeros pinos de nuevo.
Ya sobre el lecho del barranco,
ramblas le llaman por aquí, continuamos caminando por un firme de piedras
sueltas entremezcladas con arena. Un entorno seco pero atractivo.
En general, parte del regreso se
realizaba por la propia rambla y otras partes por la Real Cañada de Padul al
Pico Veleta.
Casi sin darnos cuenta,
alcanzamos de nuevo las barandillas de madera con las que nos tropezamos a la
ida, donde estaba ubicado el tablero informativo sobre los Arenales del
Trevenque.
Por continuar de regreso, por un
trazado diferente que a la ida, continuamos por la Real Cañada anterior hasta
conectar, unos metros antes, con el inicio del sendero.
Llegamos al coche donde nos
cambiamos y regresamos a Sevilla.