martes, 23 de febrero de 2016

CIRCULAR POR EL MACIZO DE LOS LAJARES. NORTE DE LA SIERRA DE LÍBAR Y MOJÓN ALTO

Ruta realizada el día 30 de Diciembre del 2014, en solitario.

Tenía mono de sierra, habían pasado ya tres días desde mi última salida y no eran unas fechas muy apropiadas para ello, así que decidí marcharme conmigo mismo a explorar unas elevaciones calizas que me llamaron mucho la atención cuando realicé la ruta anterior, que nos llevó junto a este macizo.

El trayecto en coche fue exactamente el mismo que el de la ruta anterior, con lo que dejo el enlace a la entrada, para quien lo quiera:


Pero con la diferencia que, esta vez, en lugar de dejar el coche junto a la carretera y el bar restaurante, lo metí por el carril de tierra por el que comencé a andar en la ruta anterior y lo dejé justamente al lado del puente que cruza el río Campobuche, exactamente en el punto de cierre de la circular anterior.

Con mochila a la espalda y botas de montaña en los pies, inicié este sendero de carácter completamente exploratorio, con el mismo frío o más que el anterior. Me recibió un paquete de tabaco tirado por algún desaprensivo, completamente cubierto por “pinchos” helados, síntoma inequívoco del frío reinante.


Caminé por el amplio camino, la Cañada de las Diez Pilas, hasta que alcancé la base Norte de todo el macizo que pretendía subir. Me quedé parado durante un momento estudiando su mejor ascenso, ya que se trataba de laderas calizas formadas por grandes bloques y no se podía elegir una vía de acceso a la ligera.




Decidí atacar la primera cumbre, de las dos similares que observaba desde su base (podríamos llamarle Patagalana Norte por estar situados ambos picos junto a la casa del mismo nombre), por la única canal, más herbosa y cómoda, que me llevaría al collado que separaba ambas elevaciones: la Patagalana Norte de la Sur.

Tuve que hacer alguna trepada sin mayor dificultad, ayudarme de las manos y, en poco tiempo, me vi en el collado.



Collado herboso, como una pequeña plataforma llana ligeramente exenta de rocas pero, rodeado de éstas por todas partes.


Una vez arriba y con vistas a los Llanos del Apeo, donde pastaban vacas plácidamente, enfilé directamente hacia mi primera cumbre del día, el Patalagana Norte. Tuve que bajar un corto desnivel entre rocas calizas y alcanzar una pequeña depresión cubierta de hierbas y bordeado todo su perímetro por rocas. Luego tuve que volver a subir algo, dirección hacia un árbol, único punto factible para poder acceder al pico, ya que estaba defendido por altas caras lisas calizas difíciles de franquear.


Curiosamente, las tupidas ramas de esos árboles, casi arbustos, escondían tras de sí la entrada a otra superficie flanqueada, de nuevo, por altas rocas como si de un mini anfiteatro romano se tratara. Pero esta vez, sí tenía una trepada entre las verticales paredes.


Con cuidado fui trepando entre ellas, evitando caídas y golpes sobre los cuchillares, y alcancé su parte más alta. Autofotos para atestiguar mi triunfo y para abajo de nuevo, que llevaba un proyecto amplio y no tenía muy claro cuánto tiempo me iba llevar. Pero antes, cuando estuve de nuevo en esa superficie herbosa, me desplacé hacia la parte Sur de esta punta del Patalagana Norte.


Un mar calizo, piedras sobre piedras, cuchillares, fisuras, grietas, calizas en estado puro. Un resbalón o mal golpe en esta zona y no sé cómo podría salir de allí. Vistas maravillosas sobre los Llanos del Republicano, sierra de Peralto, Endrinal y del Caillo.



No me quise entretener más y terminé de nuevo en el collado al que subí en primer lugar, para atacar en esta ocasión al otro Patalagana, el Sur.

El ascenso a esta elevación fue bastante más fácil y rápida que el anterior. Fotos y a continuar hacia el siguiente que sí parecía más complicado de subir, El Lajares.







Bajé de esta segunda elevación buscando el collado que la separaba de mi siguiente objetivo y, allí, encontré una especie de aprisco circular del que no entendía mucho ni su forma ni su ubicación, pero tuve la gran suerte de encontrarme con un marcado sendero, que por supuesto, seguí durante algunos metros.




Esta senda describía un trazado que iba bordeando la base del Lajares por el Norte, Noreste. 

Realmente, no pretendía subir a esta tercera elevación por la parte más directa, la línea recta que unía el Patalagana Sur con el Lajares, ya que se trataba de una ladera con bastante inclinación formada por grandes bloques calizos y de caras bastante lisas de difícil agarre.

Lo de seguir el senderillo me vino de lujo pero tuve que abandonarlo ya que comenzaba a alejarme de mi objetivo. Posiblemente se dirigiera hacia el siguiente collado, el que formaba el Lajares con la siguiente elevación situada al Sureste, que también subí.



No se trataba de una subida cómoda ni fácil, pero aparentemente era menos compleja que por la vía directa. Pedruscos, tuve que sortear un montón, además de que, cuando te metes en faena, no es lo mismo que cuando lo ves y planteas desde lejos, empezando por que pierdes todas las referencias que antes tenías.

Poco a poco, probando por aquí y por allí, fui ascendiendo y alcanzando altitud. Me paró, casi en la cumbre, la aparición de unas enormes losas muy inclinadas que me hicieron avanzar con suma cautela y precaución.

La cumbre del Lajares era caótica, una serie de bloques calizos apoyados unos en los otros, bastante incómodos incluso para la foto de cumbre. Eso sí, unas vistas espléndidas.






También se distinguía perfectamente todo el itinerario realizado hasta el momento, incluida la propia casa de Patalagana.



Antes de comenzar la bajada del Lajares, tuve que tomar una decisión importante. Mi pretensión era la de alcanzar todos y cada uno de los picos que formaban ese macizo hasta alcanzar el cerro Zurraque pero, viendo distancias, complicación del terreno y tiempo, decidí realizar todo el contorno Este, subiendo a todas las cumbres que me fuera encontrando.

Dejaría unas cuatro a cinco elevaciones sin pisar, las comprendidas en línea recta entre el Lajares y el cerro Tinajo (último pico que subí en esa jornada), principalmente por temor a que se me fuese la luz, encontrándome aún en el centro “neurálgico” de ese macizo.

Así que tomada la decisión, baje dirección Sureste, bajando entre rocas por su poca marcada cordal.


Abajo, me esperaba una valla que coronaba un bajo muro de piedra, que fácilmente superé, y enfilé directamente hacia la siguiente elevación que, entre rocas y matojos, conseguí coronar. Mi cuarta elevación del día.





De nuevo para abajo (una ruta algo rompepiernas) para, haciendo uso de senderos de cabras, acceder a la cordal de una crestería pequeña de piedras calizas cuya cumbre, o parte más elevada, conseguí pisar.



Fotos y a la siguiente, “pabajo” y luego “parriba”. No eran grandes diferencias en altitud pero sí había que ir realizando un trazado buscando los mejores pasos constantemente. Así conseguí la que tocaba a continuación.





La siguiente elevación que entraba en cartel me llamó mucho la atención. No era una cumbre como tal, más bien un extremo, un impresionante mirador natural dotado de un enorme y alto hito formado por un cono enorme de piedras apiladas.

Desde este balcón las vistas del Llano, comprendido entre las laderas del Zurraque y la de los Frailecillos, eran espectaculares. De hecho, estuve un buen rato contemplándolo.






Vistas del cortijo de Zurraque con su balsa o manadero, no lo sé. A vista de pájaro y tras la observación detenida de toda la parte de los Frailecillos, posible ruta exploratoria para otro día. Tenía muy buena pinta desde mi posición.



Siguiente objetivo, el Zurraque. Para ello debía de pasar una larga cordal de piedras, matorrales y árboles que se interponían entre el citado cerro y yo.

Con bastante precaución, no me quedaba otra, bajaba desniveles, superaba barreras vegetales, pasaba cuchillares, subía, bajaba y me metía entre grandes bloques. Incluso me encontré con una calzada natural, no romana, por donde tuve que pasar.








Poco a poco (y eso que, al principio, no se veía para nada), cerca el cerro Zurraque comencé a ver la orografía de este pico. Se trataba de un cerro que tenía en su cumbre un farallón rocoso vertical bastante inexpugnable, una especie de carramolo, como se suelen nombrar a este tipo de elevación por la zona de Ronda. Una especie de “queso” calizo colocado en todo lo alto de un cerro.


Llegué a la base de esa especie de queso o tarta circular y, efectivamente, era imposible subir a su cumbre. Lo recorrí por sus alrededores hasta que localicé una especie de chimenea de acceso formada por rocas, en equilibrio precario, que no te ofrecían demasiada seguridad para apoyarte en ellas, pero era la única entrada al menos por esa cara, la Noreste.



En una rápida subida me encontré en lo alto del cerro Zurraque, realmente límite del proyecto que traía estudiado. Pretendía realizar una circular, regresando por el Oeste de mi ida, para abordar los cuatro o cinco picos que dejé de lado al bajar del Lajares pero, dada la lentitud en el avance por este tipo de terreno y el castigo que llevaba ya a estas alturas de la jornada, preferí cerrarla trazando otra circular diferente que, aunque más larga, era mucho más clara y conocida y finalizaba en un carril que, por si terminara sin luz, siempre era una garantía.



En mi descenso, dirección Oeste, me di cuenta que me dirigía hacia el cerro Tinajo. Lo he subido en varias ocasiones, pero es un cerro muy peculiar y atractivo, con esas losas inclinadas a unos 45º en su parte superior, así que no tuve más remedio que volver a encumbrarlo.



Recuerdo que allí perdí una de mis pilas recargables del GPS. Tuve que cambiarle las pilas y, una de ellas, salió rodando por una de esas placas, cayendo por la fisura de unión con la otra, a varios metros de profundidad.













Tras un buen tiempo en su cumbre, sabía que iba a ser la última del
día, descendí dirección Oeste y conecté con un claro y marcado sendero que no tuve que dejar en ningún momento. Parte del mismo coincidía con la Colada de las Veredas de Ruiz al Pozo de los Arenales y su recorrido te llevaba por rincones preciosos, torcalillos de ensueño y lugares muy bellos.





Esta senda me llevó a una cancela situada junto al arroyo de los Álamos, donde viví una anécdota curiosa. La senda bajaba hacia la citada cancela en descenso pronunciado y te depositaba frente a ella, flanqueado entre grandes bloques de piedras. El caso es que formaba una pequeña superficie, unos veinte a veinticinco metros cuadrados, y estaban ocupados por varias y enormes vacas que se corneaban a ver quién bebía antes de una bañera a modo de abrevadero.


Yo llegué allí cuando una ocupo el lugar en la bañera. Parecía que venía del desierto del Sahara. Los sorbos interminables de agua, que les resbalaba por la boca al levantar la cabeza y con los ojos con que me miraba, me indicaba que no estaba dispuesta a abandonar el puesto que tanto había luchado por conseguir, así que lo que hice fue subirme a una de las piedras y esperar a que se saciara.

La vaca no tenía estómago, era un saco sin fondo. Bebía una y otra vez y, en cada sorbo ingería varios litros. Yo creo que comió toda la hierba seca de la zona.

Viendo que iba para largo y con el respeto que me dan esos animalitos, comencé a hacer ruido y dar golpes. No se inmutaron mucho, la verdad, pero sí lo suficiente para poder alcanzar la cancela que rápidamente abrí y a continuación cerré.

Ya relajado, al otro lado del vallado, la vaca tomó de nuevo la posición y yo la cámara de fotos.

Entré en una zona cerrada completamente por un vallado. Caminé, al principio, junto al arroyo de las Adelfas que confluía en el anterior para, poco a poco, desviarme de su cauce y salir de este recinto por otra cancela, situada en el lado opuesto a la anterior.




Continué por claro sendero, sin pérdida alguna, por la Colada de las Veredas Bueyes de Ronda, dejando a mi derecha otro vallado y entre alcornocales y encinas.



Algo antes de alcanzar la casa de Patalagana, tuve que cruzar el arroyo de los Álamos de nuevo por un puente pequeño. Este arroyo vierte sus aguas en la sima del Republicano, situada en los Llanos del mismo nombre.


Perros y gallinas, encontré a continuación, y contacté con un carril o camino de tierra que me llevaría directamente al camino de la Cañada de las Diez Pilas. Aproveché una buena piedra al solecito para acabar con el resto de frutas que aún llevaba y procesar la aventura realizada.



Antes de contactar con el carril que me llevaría hacia el coche, recordé haber leído en algún blog, la existencia de un dolmen en la parte baja y Norte del macizo recorrido.

Tras un rato dando vueltas por la zona, y ante la mirada perpleja de algunos que pasaban en coche por allí, di con él. Fotografías desde varios puntos y, rápidamente, de regreso al coche por el mismo camino que llegué.





DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:





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