Ruta realizada el día 24 de
Agosto del 2.014.
Segundo día en tierras asturianas
y segunda etapa montañera proyectada.
Seguimos siendo los mismos, Mª
José y yo, Antonio.
De nuevo nos levantamos bastante
temprano para poder subir a los lagos de Enol antes de que, en Covadonga,
cierren el acceso a los vehículos. Una vez en el aparcamiento del lago de la
Ercina, nos dirigimos al restaurante de al lado donde desayunamos.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestra segunda ruta bordeando parte del
lago, dejándolo a nuestra derecha dirección al refugio Vega de Ario.
El entorno es de suma belleza y, estaréis
de acuerdo conmigo, un andaluz aquí en el norte, alucina. Un verdor exuberante,
aguas cristalinas y rodeado de inmensos picos, … qué más se puede pedir??. Así
me sentí en el comienzo de este trazado.
Enseguida pasamos junto a unas
pequeñas cabañas, primero la Veguina y, a continuación, El Brazu, algo más
alejadas. Aquí se les nombra, según tengo entendido, como majadas.
El camino, perfectamente marcado,
recorría una especie de vaguada formada por la estribación del pico Braña de Sotres
y la Sierra los Cantos. A la altura de la zona de El Empadoriu alcanzamos otra
majada, en esta ocasión la de Las Bobias que, en ese momento, estaban ocupadas
y usadas por el pastor de un enorme rebaño de cabras. De una de ellas salía un
humo por debajo del muro, como de tener encendida alguna especie de chimenea, en
otras, eran las propias cabras las que aparecían observándonos por los huecos
de la pared a tipo de ventanas.
Por supuesto, durante todo el
trayecto ¡¡las omnipresentes vacas!!, muchas de ellas acompañadas de sus crías
y, también, la figura del burrito, apareció en escena.
Continuamos con el itinerario y
rápidamente alcanzamos la majada de La Redondiella, que dejamos a nuestra
izquierda algo alejada a nosotros, y lugar por donde tiramos el pasado año para
alcanzar la Peña Ruana.
Así continuamos, dirección al
refugio Vega de Ario, comprobando como el verdor de las hierbas iba siendo
paulatinamente sustituido por el gris de las calizas.
Llegados a la altura del collado
del Jito, extraordinario balcón de parte de los Picos de Europa, desde donde observamos,
con gran expectación, los dos picos objetivos de nuestro itinerario.
En este lugar existía una especie
de mesa redonda, con una tapa circular en piedra donde estaban talladas, de una
forma poco marcada, diferentes direcciones que indicaban la ubicación de
diversos picos emblemáticos de la zona.
Decidimos ir primero hacia el
Cuvicente, con lo que tomamos dirección Sur, desviándonos de la trayectoria que
traíamos.
Se trataba de un mar calizo que
teníamos que cruzar, con sus elevaciones y jous o depresiones y, aunque llevaba
track para orientarnos, lo cierto y verdad es que los ojeaba poco y buscaba más
los hitos de piedras que divisábamos de vez en cuando. Aunque, en ningún
momento, noté un claro, cómodo y eficaz sendero por este tramo.
Se trataba de un terreno en el
que ibas caminando y te introducía en diferentes y alternantes sube y baja en
los que, rápidamente, perdías el objetivo de tu vista y podías desorientarte
fácilmente.
Subimos la ladera final del pico
por el contorno, siempre que era posible, de una inmensa pedrera o canchal de
incómodas rocas sueltas.
La antecumbre del Cunvicente no es,
en realidad, más que un insignificante hombro que se une rápidamente a la
cumbre real. El problema es que esta unión es un estrecho pasillo que, para el
que tenga vértigo, puede ser un gran obstáculo ya que, a ambos lados, tiene
buenas verticales, aunque la de la cara Sur gana por varios centenares de
metros y es de mayor verticalidad.
Yo, aunque las verticales me dan
mucho respeto y algo de vértigo, pasé el pasillo. El problema lo tuve al querer
proseguir para alcanzar su cumbre. Hablo de menos de diez metros, donde no vi
claro el paso (después en el refugio, su dueño, malagueño por cierto, me
comentó que se trataba de un “pasin” donde había que pegar el estómago a la
pared) y desistí.
Igual lo podría haber pasado si
hubiese indagado algo más y tras armarme de confianza pero, como todavía
teníamos que alcanzar el Jultayu pasando por toda su cordal y regresar hasta el
Jitu por ese mar de piedras, no quise gastar mucho más tiempo (espero que haya
quedado convincente la excusa¡!)
Nada, a diez metros escasos de la
mismísima cumbre del Cuvicente nos quedamos sentados y nos tomamos unas frutas;
para mí, como si lo hubiese conseguido aunque, con el resquemor de no haberme
fotografiado sobre el hito cimero.
Las vistas, descomunales e
indescriptibles!! Casi gasto el “carrete”. Caín a unos 1500m por debajo
nuestra, los picos de Europa a tiro de piedra, una serie de picos dentados y
espectaculares difíciles de olvidar, y unos desniveles que te quitaban el hipo.
Iniciamos el descenso hacia el
Jultayu. Primero bajamos para, de nuevo, comenzar la subida.
Bajamos siguiendo
la propia cordada, buscando lo mejores pasos y siempre con la duda de si
llevábamos el mejor trazado y con la posibilidad de tener que rectificar.
Entre bloques, unos menores y otros
mayores, fuimos descendiendo y continuamos con unas inolvidables y llamativas
vistas, siempre con temor de encontrarnos algún obstáculo insalvable.
Acercándonos a la unión de ambas
cordales, la majestuosidad del Jultayu y esa elevación inclinada nos dejó
atónitos. Tiré varios “carretes más”, una auténtica maravilla.
Todos los fondos para las
diferentes fotografías eran espectaculares, no me cansaré de escribirlo.
Entorno montañero 100%
Comenzamos a subir por la cordal,
ahora del Jultayu, y lo primero con lo que nos encontramos, y de forma
sorpresiva, fue con la Ventana del Jultayu, un hueco que atraviesa
completamente de lado a lado, la cresta.
Yo había leído algo sobre ella en
algunos blogs pero, lo cierto y verdad es que en ese momento ni me acordaba de
ella, con lo que el asombro y sobresalto fue especial.
Continuamos con la subida y, el
pico, lo veíamos como de perfil, con su cara Sur, la de nuestra derecha,
cortada a pico y la otra con una gran pendiente lateral, aunque no impedía un
cómodo caminar.
Últimos metros y por fin alcanzamos
su cumbre. Encima del Jultayu por segunda vez!! En esta ocasión no vimos la
cruz metálica que encontramos la otra vez. La primera vez que subí aquí,
también con Mª José, el pico sobresalía sobre un extenso mar de nubes que se
extendía, al Norte del mismo, sólo dejándonos ver la parte Sur, la zona de
Caín.
En esta ocasión nos permitió ver
a todo su alrededor, como un mirador natural de primer orden, cosa que
aprovechamos perfectamente mientras comíamos en su cumbre.
No andábamos muy bien de tiempo
así que descendimos, al poco tiempo de estar un rato en el hito cimero, por un
sendero bastante bien marcado que ya no recordaba de la anterior ocasión. Al
principio con multitud de hitos señalizadores y, algo más abajo además, marcado
por el propio surco del sendero.
Bajamos de una forma más cómoda a
la realizada en el ascenso, siempre entre rocas rodeadas por pequeños mantos
verdes de hierba y con dirección al refugio.
Se hizo algo pesado y largo, este
trayecto, por el cansancio acumulado pero, siempre amenizado por las increíbles
vistas de alrededor.
Tuvimos la suerte de ver, además
de vacas, por supuesto, un grupo de rebecos que corrían como locos al vernos
pasar. Las piedras, las saltaban y esquivaban más o menos como nosotros, ja,
ja..
Tuvimos una visión clara del
refugio, recorrido más de la mitad del trayecto de bajada del pico, pero, al
poco tiempo, volvimos a perderlo de vista por los diferentes desniveles del
terreno.
Enlazamos con otro, y mucho más
marcado, sendero, mediante dos señales indicadoras. Una indicaba en la dirección de donde procedíamos,
Canal de Trea, y otra, en chapa oxidada, nos daba la dirección hacia el Ario.
Todavía tuvimos que sortear un
mar de rocas calizas con sus respectivos jous hasta, por fin, alcanzar una
superficie exenta de rocas y colmatada del verde característico asturiano.
Llegamos a lo que quedaba de la
majada de Vega de Ario, unas paredes que formarían lo que sería una de las
casas de esta zona y, enseguida, alcanzamos la fuente Las Jallellas, con su
curioso tirador del grifo que estaba colgado de una especie de percha, teniéndolo
que acoplar en el grifo para poder beber.
Acto seguido, alcanzamos el
refugio donde nos tomamos unas refrescantes cervezas, a precio de oro, que
sentaron de maravilla. Un descanso y charla con los que estaban alrededor,
además de fotografiar y dar de comer a un grupo de gallinas que picoteaban en
nuestras cercanías.
Sólo nos quedó seguir otro
marcado sendero que nos llevó sin pérdida, de nuevo, al Jito. El resto del
camino fue por el que trajimos en la ida.
Este trayecto lo realizamos a
paso ligero para evitar que la noche nos pillara aunque, ya en el vehículo, nos
quedamos sin luz diurna.
Cambio de calzado y a nuestro
hotel para ducharnos y tomarnos una merecida cena regada con sidra, por supuesto,
y a preparar y decidir nuestra tercera ruta.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace: