Ruta realizada el día 25 de Enero
del año 2.014.
Fuimos Patxi, Juan José y yo,
Antonio.
Antes de nada, comentar que
aunque se trata de una ruta de extrema belleza, también es de gran dureza,
larga y tiene diversos puntos donde no hay que bajar la guardia, un resbalón
podría ocasionar graves consecuencias.
También comentar que se pasa por
fincas privadas y hay que contar con los permisos de sus dueños.
Procedentes de Sevilla, pasamos a
la altura de Puerto Llano hacia Algodonales y antes de llegar, nos desviamos
hacia Zahara de la Sierra. Justo antes de entrar en el pueblo, nos desviamos a
la derecha hacia Prado del Rey por la comarcal CA-8102, estacionando el
vehículo en un ensanchamiento casi enfrente del cortijo del Álamo.
Allí mismo estuvimos hablando con
varios de sus dueños, que muy, sí, repito, muy amablemente, nos indicaron
posibles trazados a coger para llegar a nuestros objetivos y en ningún momento,
todo lo contrario, pusieron pega alguna a que pasáramos por sus propiedades. La
verdad es que estas acciones te reconfortan y vuelves a creer algo más en la ya
olvidada, cordialidad, confianza, humanidad y comprensión.
Desde aquí, mi agradecimiento.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestra ruta pasando entre las viviendas del
cortijo así como de sus corrales, donde nos pasó una anécdota. Pasábamos junto
a un corral repleto de ovejas donde había un gran perro guardián, un mastín
joven de color blanquecino que en ningún momento emitió un solo ladrido, pero
que nos iba siguiendo paralelamente a nuestro caminar por el interior del
vallado. Nosotros relajados, hablando sobre el gran animal, que menos mal que
estaba al otro lado hasta que, de repente y casi sin darnos cuenta, se coló por
un roto del vallado y se nos puso al lado. Imaginaros el susto que nos
llevamos!!! Aceleramos el paso y, justo al sobrepasar el vallado, el perro se
dio la vuelta y se volvió a introducir por el hueco.
Durante un rato nos quedamos
blancos hasta que poco a poco fuimos tomando color. Un perro que se nos pone al
lado que “ni cruje ni muge”, haciendo perfectamente su labor de guarda. Pasamos
cierto “acojone”!!! Que el perro parecía un caballo!!!
Bueno, paso al relato.
Caminábamos por un carril embarrado, paralelos al arroyo del Álamo, por la
parte baja de la falda de El Parralejo, lo cruzamos y, en subida, llegamos a
una edificación, tipo cortijo, algo en ruinas.
Continuamos en ascenso, pasando
por las zonas de las Majadillas y tomando altura. Las vistas desde aquí
comenzaban a ser amplias y bellas. Hacia nuestro lado el embalse y pueblo de
Zahara con su torre sobre el cerro, y de fondo los tajos de Lagarín y las
Grajas eran de impresión.
Se trataba de una zona despejada
de vegetación y sin ningún obstáculo significativo, eso sí, terminamos junto a
un vallado que tuvimos que llevar paralelo a nuestra derecha.
El trazado requería seguir subiendo
pero, esta vez, sí tuvimos que atravesar parte de maleza compacta e incómoda. Durante
un corto trayecto, fue algo selvático y laberíntico.
Aparte de la maleza nos tocó
trepar por zonas rocosas. Las rocas plagadas de musgo verde y el cortado que se
iba intuyendo a nuestra izquierda a medida que ascendíamos, iban dando un aire
aventurero a la ruta.
Como leí en algún blog, este itinerario se puede
considerar multiaventura.
Accedimos a nuestra siguiente
plataforma pétrea tras ir caminando y apoyando manos, progresando sobre la
ladera que se iba tornando algo vertical. Las vistas cada vez más llamativas. Oteábamos
a mayor altura.
Nos esperaba ahora una magnífica
rampa de losas de piedras calizas que subimos guardando el equilibrio por su
gran pendiente y manteniendo, en todo momento, la valla a nuestra derecha. A
nuestra izquierda se encontraba una gran caída vertical.
Una vez arriba, la visión del
Peñón y de Sierra Margarita era “en dos palabras: Im-presionante". Sobre
el Peñón los buitres nos observaban, confundidos, como a bichos raros ¿Qué
hacen esos aquí?
Toda la cuerda del Peñón de los
Toros describe una planta semicircular y con el promontorio de Sierra Margarita
al fondo. Producía una visión espectacular muy montañera.
La valla que nos acompañó un buen
recorrido paralelamente, en este punto, se retiró perpendicularmente a nosotros
sobre la pequeña estribación de la loma del Peñón de los Toros, donde ahora nos
encontrábamos, dejándonos libre hacia nuestro destino.
Se intuía una cordal complicada y
abrupta, pero lo que no pensé en ningún momento es que íbamos a pisar
literalmente los riscos donde oteaban y descansaban los buitres leonados, de
hecho, cuando llegamos a esos lugares, estaban plagados de deposiciones y
plumas de estos animales.
Antes de emprender la caminata
hacia la cordal del Peñón, nos sentamos y disfrutamos de las vistas que nos
regalaba el entorno acompañadas de unas ricas frutas. Algodonales a los pies de
la sierra de Líjar, el embalse de Zahara con su torre sobre el cerro, toda la sierra
del Pinar con el Cornicabra delante de ella. De película ¡!!
A partir de este punto, la
adrenalina saltó completa. Una cordal exigente, llamativa, espectacular. Los
buitres volaban por debajo nuestra, pasaban como aviones a poca distancia, se
unificaban más arriba y vuelta a empezar. Era emocionante contemplar esta
maravilla.
Habíamos tenido la osadía de
quitarle durante algunos minutos sus tronos de vigilancia.
Se trataba de una zona caótica de bloques de
piedras por los que trepábamos para seguir avanzando por esta impresionante
cordal que es el Peñón de los Toros.
Formaciones rocosas de lo más
variadas y curiosas. Terminada toda esta Loma, la visión completa del Margarita
nos llamó poderosamente la atención. Se veía un pico difícil de coronar,
cubierto completamente de vegetación.
Terminada la Loma del Peñón de
los Toros, nos topamos con un vallado que, buscando alguna portilla, nos llevó
a una zona relativamente llana. Continuamos siempre con un vallado lateral y entre
una espesa vegetación.
Teníamos espléndidas vistas sobre
toda la garganta Verde y de los Tajos de Lagarín y las Grajas, así como, más al
fondo, del cerro Malaver.
Al comienzo, descendimos hasta el
collado que separa la Loma del Peñón de los Toros con la falda de Sierra
Margarita pasando por rincones muy curiosos y por un sendero relativamente bien
visible y fácil de seguir, con espléndidas y amplias vistas.
Luego nos tocó subir de nuevo. Al
cabo de un tiempo tuvimos que dejar el sendero para subir por una empinadísima
ladera cuya primera parte era un pedregal inmenso, que superamos cada uno como
mejor pudimos, y el resto, en severa pendiente y con un firme terroso
ligeramente embarrado que hacía que al pisar no tuviéramos una total seguridad
de anclaje.
Así progresamos lentamente hasta
alcanzar la cresta del Margarita, zona rocosa y abrupta. Junto a nosotros
teníamos el circo formado por el Cornicabra y el cerro Pilar, la laguna del
Perezoso a nuestros pies y se divisaba la Mesa de Ronda la Vieja, donde se
encuentran los restos de la ciudad romana de Acinipo, con toda Sierra Nevada al
fondo. Un auténtico espectáculo para los sentidos.
Pasamos por planchas rocosas con
exageradas pendientes que, con el uso de las manos y realizando algunas
trepadas, pudimos superar. Ya veíamos el poste geodésico del Margarita,
estábamos muy cerca, pero aún nos reservaba alguna sorpresa inesperada.
Para acceder al promontorio
rocoso donde está ubicado, había que vencer unas caras calizas que supongo que en
épocas de lluvias o simplemente mojadas sería un obstáculo casi insuperable,
pero tuvimos la suerte de que el día era magnífico y la roca estaba seca, con
un inmejorable agarre, lo que nos llevó a realizar la última trepada de esta
cordal, algo más expuesta.
A quién le gusten las emociones
esta es una magnífica ruta, eso sí, superando su grandes dificultades.
Sólo nos restó caminar entre
rocas y vegetación baja hasta alcanzar el poste geodésico. Vistas a 360º,
magníficas y por supuesto nuestro tercer objetivo de la jornada, el cerro del
Labradillo, “qué más lejos, no podía estar todavía ¡!!” Nos entraron las dudas
de si lo podríamos conseguir. Principalmente por no tener claro por donde bajar
del Margarita sin perder demasiado terreno, cota y longitud y, segundo, porque
realmente parecía lejano, además de tener que superar una elevación intermedia
que se levantaba entre nosotros y el Labradillo.
Pero como estos retos son los que
nos gustan, tras picar algo arriba y decidir el mejor descenso que, cual iba a
ser si no, era bajar por la misma ladera con alta pendiente y campo a través y
sin tener nada claro entre la espesura de la vegetación si nos íbamos a
encontrar con algún cortado que nos pusiera fin al invento, para allá que nos
pusimos a descender, agarrándonos de las propias plantas del camino para no
salir rodando cuesta abajo y, poco a poco, logramos descender utilizando
senderillos de cabras hasta que, sin perder cota, nos dirigimos hacia el
collado evidente, el Puerto de Alhucema. Allí contactamos con el carril o
camino de tierra que, de seguirlo, nos podría llevar a la salida del barranco
de Bocaleones.
Nosotros lo cruzamos en dos
ocasiones transversalmente para subir directamente al cerro intermedio en el que,
mediante senderos difusos, superamos la fuerte pendiente inicial para ir, poco
a poco, suavizándose a medida que alcanzábamos su cumbre. De un principio
herbáceo pasamos, en su cumbre, a una parte completamente rocosa.
Al final resulto un atractivo
pico, ya que formaba una ligera cordal rocosa muy entretenida de patear.
Terminamos
caminando de nuevo junto a un vallado que dejamos a nuestra derecha y. a
nuestra izquierda, las inmensas paredes cortadas a pico de la sierra del Pinar
con el pico de los Mellizos y del Águila en primer plano.
Superado este escollo, llegamos a
una especie de planicie, antesala de la nueva subida hacia el Labradillo.
Caminábamos entre encinas de buen tamaño.
Aquí tuvimos que superar, con la
ayuda de una gran roca donde estaba instalado un vallado que nos permitió
entrar en la mismísima falda del Labradillo, un lugar donde todas las rocas
estaban cubiertas de un auténtico manto de musgo. Los árboles iban siendo
menores pero mayor en su número y, a medida que caminabas, te encontrabas en un
bosque cada vez más denso, tanto es así, que tuvimos que ir sorteando ramas
todo el camino, principalmente cuando nos encontrábamos próximos a su parte
superior.
Terminamos en un cúmulo de rocas,
creyendo que se trataba de su parte más alta. Era difícil orientarse en esa
maraña vegetal pero, al subirnos en ellas y observar toda esa meseta que forma
el pico además de comprobar los GPS, nos dimos cuenta que aún no habíamos
llegado a nuestro destino.
El Labradillo es un cerro
cubierto por una enmarañada vegetación, sobre todo en su corona superior,
principalmente formada por arbustos de mediano porte y, de vez en cuando, te
encuentras pequeñas zonas despejadas, como pequeñas islas desnudas de
vegetación entre la selva espesa. Era muy curioso.
Deambulamos por su parte central
buscando llegar a unas elevaciones rocosas que intuíamos que fuesen su parte
más alta. Pasamos varios vanos exentos de vegetación y otros completamente
colmatados.
En uno de los claros nos
encontramos con un ciervo muerto, comido por los buitres, pero con el pelaje
bastante entero además de toda su imponente cornamenta.
Entre plantas y arbustos
progresamos hasta que, por fin, contactamos con el promontorio calizo, cumbre
del cerro, lugar de grandes cortados. Espectacular!! Un auténtico mirador sobre
el pueblo de Benamahoma y toda la sierra del Pinar, como la más cercana.
Sobre la roca había una
inscripción tallada de los años 70. Allí nos tomamos unas almendras disfrutando
de las maravillosas vistas y pensando en la larguísima vuelta que aún nos
quedaba por realizar y, lo malo es que ya eran cerca de las cinco de la tarde,
lo que sabíamos que supondría llevar los frontales encendidos durante un largo
tiempo.
Con premura, nos preparamos para
la vuelta y atravesamos todo el Labradillo como si ya lo conociéramos de toda
la vida y eso que cambiamos un poco el itinerario de vuelta, que a la postre,
nos dimos cuenta que fue bastante más cómodo y fácil.
Una vez que volvimos a pasar
junto a la gran charca, y superada de nuevo la valla por el mismo punto, nos
relajamos algo más ya que conectamos con un carril que habíamos observado desde
lo alto mientras bajábamos del cerro intermedio (el anterior al Labradillo) y
éste nos conectó directamente sobre el principal.
Todo el regreso lo hicimos a
marcha militar, a un fuerte ritmo, aunque no por ello no gozamos de los elementos
bellos que nos fuimos encontrando por el camino como los grandes quejigos o la
visión de unas nubes paradas por las pantallas de los picos de la sierra del
Pinar y alguna que otra florecilla o setas curiosas.
El camino nos llevó, siempre en
descenso, por la vaguada formada por Sierra Margarita y el cerro de El
Portezuelo y, durante un trayecto,
paralelo a la Garganta de la Laja, hasta que se nos unió con el
principal que une Benamahoma con Zahara de la Sierra.
Por él caminamos y nos llevó a una
cancela, que tuvimos que abrir, pasando junto a la laguna del Perezoso y en la
cual existía un cartel que indicaba la prohibición de paso a los ciclistas. Curioso,
no?
Pasamos junto al aljibe y a las
ruinas del cortijo de los Albarranes y, en este punto, por recortar una amplia
curva que realizaba el carril, nos metimos en un berenjenal. Tuvimos que pasar
entre zarzas para volver a recuperarlo, salimos arañados por todas partes y lo
peor de todo fue el tiempo precioso que nos quitó. “Ná, la ideas de alguno del
grupo que no quiero mencionar aquí”.
De nuevo sobre el carril,
anduvimos un buen trecho hasta que en una curva acentuada cercana al cortijo
del Peñón de los Toros, nos desviamos del mismo.
Al principio, con una alegría
inusitada viendo que continuábamos por otro carril, prácticamente ya sin luz,
pero que se fue marchitando al comprobar que, a medida que íbamos andando, se
iba transformando en sendero.
Nos colocamos los frontales, la
noche nos pilló, pero menos mal que el sendero por el que caminábamos era de
los de toda la vida que aparecen marcados en los mapas y que era muy marcado y
relativamente fácil de seguir ya que, con las luces de los frontales, ese
apartado no es cómodo de realizar.
Por suerte, el sendero discurría
paralelo al arroyo de la Cañada del Álamo, que es el que nos iba a llevar
directamente al cortijo por el que entramos por la mañana.
Estuvimos más de una hora
caminando con los frontales pero nuestra mayor preocupación en esos momentos
era el recuerdo de ese peaso de perro que nos iba a estar esperando, y encima
llegando de noche. Durante un cuarto de hora estuvimos discutiendo la
colocación de cada uno cuando pasáramos a la altura del corral, a ver a quién
de nosotros el perro le daría el primer bocao. Para mayor inri, los dueños estarían
metidos en el cortijo, así que .... solos ante el peligro.
Pues nada, llegó el momento. A la
altura del corral, el perro que nos ve!!! Por supuesto no ladró, que eso ya
fastidia y, como antes, se salió del vallado, se nos pegó literalmente, más
bien se metió entre nosotros, y con los co… de corbata, nos acompañó hasta que
terminó el vallado, donde se dio la vuelta y se volvió a introducir por el
hueco.
Pasamos el cortijo, ladraron
otros perros que tenían atados y llegamos, por fin, al ansiado coche donde nos
relajamos, nos tomamos nuestros últimos buches de líquidos, cambio de calzado y
ropa y flechados para Montellano a reponer de todo.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace de Wikiloc:
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