Ruta realizada el día 3 de Mayo
de 2.014
Tras la dura, completa y bella ruta
del día anterior donde subimos a la Ceja, Calvitero, Torreón y Hermanitos, y que quedará impresa durante mucho tiempo en
mi mente, hoy nos tocaba regresar a Sevilla pero, qué mejor modo de acabar que
realizando una última ruta circular por la garganta de los Infiernos por el
valle de Jerte.
Nos levantamos temprano y nos
dedicamos a recorrer las calles del precioso pueblo de Candelario, sus fuentes
y las curiosas batipuertas (puertas anteriores a la principal de menor altura),
haciendo tiempo para que abriesen para poder desayunar en el hostal donde nos
hospedamos, a partir de las 10h de la mañana.
Se lo tomaban con cierta
tranquilidad (parece ser que el pan no llegaba hasta esa hora), pero no nos
importó en absoluto, pues fue una fantástica excusa para ver Candelario de
forma relajada y completa. De otro modo, dudo mucho que pudiéramos haberlo
visitado con la agenda que teníamos proyectada.
Encima, teníamos la idea de
comprar en el Barco de Ávila unos solomillos de ternera y unas buenas judías, ya
que casi nos cogía de camino, ¡!hay que aprovechar todos los momentos y
oportunidades!!
Esto conllevó otra nueva
parada en el trayecto hacia Jerte.
También le echamos una ojeada al
castillo de Valdecorneja, pero no seguimos más porque veíamos que sólo nos iba
a dar tiempo de regresar a Sevilla y eso no se podía admitir.
Una última paradita sobre el
mirador del Valle de Jerte a pie de carretera. Merecía la pena perder un cuarto
de hora más. La perspectiva y forma del valle era la idónea desde ese punto.
Por fin en Jerte ¡!!! –Dudamos en
recorrerlo un poco por hacernos una idea… ¿estamos locos? Que no llegamos ¡!
No me creí que me fuese a poner
la mochila en la espalda, acompañada de las botas de montaña en los pies pero,
no sé cómo, lo logramos.
Dejamos el coche junto al río
Jerte y, de ahí, partimos. Lo cruzamos por el puente Largo, apto para vehículos
pero con un límite de peso y, de momento, nos encontramos al otro lado, en la
orilla contraria a la población.
Llevaba un track circular que, en
cierto modo, me daba miedo por el kilometraje y el tiempo que podíamos
invertir, pero era el único de que disponía de ese tipo.
Lo primero que nos encontramos
fue un cartel indicativo sobre la garganta de los Infiernos (ruta de los
Pilones) y, un poco más adelante, una bifurcación del camino que me hizo dudar
de por dónde tirar y en qué dirección realizar la circular. Decidimos seguir en
la dirección de la marcha sin desviarnos y, entre cerezos, caminamos. Se trataba,
según el IGN, de la zona de la Zalama.
Los árboles, ya con sus frutos (la
mayoría aun verdes, aunque algunos disponían de cerezas ligeramente rojizas),
nos acompañaron durante un tramo, con sus correspondientes cercados normalmente
de piedras. En algunas albercas, eran las ranas las que nos recibían y se
dejaban fotografiar.
De repente el camino se vio
flanqueado por otros árboles más esbeltos, creo que álamos, aunque la botánica
no es lo mío. El día era más bien caluroso, pero tuvimos la suerte de caminar
bajo la sombra durante la mayor parte del tiempo.
Me cercioré de un sendero que se
internaba en ese denso bosque, muy marcado y que daba la impresión de ser
utilizado sobre todo por caballerizas. Durante un momento dudé sobre la
seguridad de llevar un track orientativo pero, que parecía que te llevaba sólo
por caminos (eso sí, muy transitado por senderistas con los que nos cruzamos),
o tomar el sendero más solitario e ir a la aventura, siempre observando con el
GPS la direcciones orientativas que nos iba dando.
Lógicamente tomé la segunda. De
lo humanizado pasé a lo natural, un precioso bosque y un sendero claro que te
iba internando en él. Nos movíamos aproximadamente por la zona de Los Sotos.
Me fui dando cuenta de que se
trataba de una vereda que atrochaba al camino de tierra anterior, de hecho lo
cruzamos a lo largo del recorrido en unas cinco o seis ocasiones. Se trató de
todo un descubrimiento muy gratificante.
Cruzar por un denso bosque
tapizados, sus suelos, de hojas de robles, castaños secos; caminar solos,
escuchar el sonido del aire entre las ramas y hojas y algún canto de pájaros.
Este sendero, al contrario que el
camino, que bordeaba el cerro de las Uvas, lo dejaba a nuestra derecha y el
recorte producido en mi track orientativo venía de perlas, ya que el tiempo lo
llevábamos muy justito.
La senda, tras una buena
pendiente en descenso, nos depositó justo encima de la calzada romana, lugar
muy frecuentado por senderistas con los que coincidimos, y nos sumamos a esa
muchedumbre de excursionistas domingueros que, como nosotros, querían conocer
esa famosa garganta de los Infiernos.
Situada muy próxima al cauce
fluvial, la seguimos durante un corto tramo y, en cuanto tuvimos la oportunidad,
nos desviamos hacia el río. No lo pensamos mucho. Muchas fotografías sobre los
grandes bolos de piedras que formaban su entorno. Parece como si nos costase
trabajo caminar por el sendero oficial… a la mínima de cambio, nos internábamos
hacia el río a observar sus bellos rincones, prefiriendo caminar por sus orillas
antes que por el atestado sendero.
De repente el sendero cruzaba la
garganta para dejarnos en la otra orilla mediante un estrecho puente de firme
de hormigón y barandillas de madera. Dos personas no podían circular en
paralelo y, a esto, se le sumaba que todo el mundo, incluido yo, queríamos
tomar varias fotografías desde él, ya que se divisaba el tramo de garganta más
representativo, longitudinalmente.
Esto me recordaba a la Expo de
Sevilla. Lo digo por las colas que se formaban, je, je…
Al situarnos en la otra orilla,
una barandilla de cables de acero y soportes verticales de madera, con sus argollas
para conducirlos, junto con un firme de hormigón, nos acompañó todo el
recorrido, paralelamente a la parte más visitada de la garganta, manteniéndonos
a cierta cota sobre ella y salvando desniveles mediante pequeños escalones.
Se trataba de la garganta de los
Infiernos más atractiva y clásica, formada por marmitas y ollas de pura piedra
que, supongo, que harán las delicias de los bañistas aunque, ese día precisamente,
no había nadie en el agua. Tomando el sol, muchísimas personas.
De todas formas se veía un río
con bastante corriente; de hecho, todo su cauce era así por la erosión de sus
aguas y, sinceramente, salvo que el caudal disminuya, se trataría de un tramo
comprometido para el baño.
Como barranco era precioso, con
todo su cauce labrado sobre la piedra. Yo os lo puedo asegurar ya que, durante
algunos años, he practicado el barranquismo.
Continuamos hacia adelante,
pasamos una pequeña fuente y, a continuación, salvamos una pequeña torrentera,
con unos poyos para cuando el caudal lo exigiera.
Llegó un momento en el trazado en
que prácticamente veíamos de nuevo, longitudinalmente, la garganta pero con el
puente, por donde la cruzamos, al fondo. Nos cruzamos con multitud de
lagartijas que nos salían correteando delante nuestra y una nueva correntera de
agua con el mínimo de caudal resbalando por las rocas escalonadas que formaban
su curso.
A la sombra de un gran roble, y
pasada una nueva fuente situada a la sombra de los árboles y bordeada por
helechos, nos paramos a picar algo de fruta.
Las veces que pudimos contemplar
el cauce de la garganta principal, la de los Infiernos, era ya formada por
grandes bolos por donde discurría el agua con cierta fuerza, a diferencia de la
parte más concurrida y conocida que se trataba como de una única pieza pétrea,
labrada con el tiempo y el fluir de sus aguas.
Caminando por ese sendero, o casi
camino perfectamente marcado, divisamos desde lo alto el puente Sacristán, con
el refugio a continuación, seguido de las ruinas del molino.
Nos tocó el paso más complicado,
salvar la garganta del Collado. Sólo quedaban perfectamente marcados la entrada
y salida en ambas orillas pero, el itinerario para progresar por esos grandes
bolos, había que intuirlo y buscar los mejores pasos. Con paciencia lo
logramos.
A esas alturas, habíamos conocido
a una pareja de Guadalajara que, en un punto anterior, nos preguntaron si
conocíamos la opción de realizar la ruta circular y les informamos de lo que
pretendíamos hacer, aunque sin decirles realmente los indicadores exactos sobre
el terreno, porque no los conocíamos aún.
El caso es que, cuando nos
paramos a comer, ellos siguieron y, al pasar la última garganta, nos lo
volvimos a encontrar. Gente simpática y encantadora. Desde ese momento no nos
separamos y realizamos la circular
juntos. Luego, también se nos sumó una quinta candidata al grupo, una
chica de un pueblecito al Norte de la zona de la Peña de Francia que, con su
pedazo de réflex, me dejó en ridículo respecto al número de fotos que echaba y,
supongo, también en la calidad.
Desde aquí, un fuerte abrazo a
todos.
Continuamos por el sendero
marcado y dibujado sobre la falda de la ladera de la zona de Robledo Hermoso y
nos condujo a una pequeña zona rocosa muy atractiva, que formaba una pequeña
estribación, desde donde se tenían unas tremendas vistas de la garganta que
recorríamos en una larga longitud.
Algo más adelante, con el zoom de
las cámaras, fotografiamos el puente Nuevo o de Carlos V por donde pasaríamos
aunque, antes de llegar, pasamos una última y seca barranquera donde había un
poste señalizador con tres direcciones; la que traíamos, hacia Jerte; la que
buscábamos, hacia el citado puente; y una tercera, que traía preparada pero que,
por falta de tiempo y por ir con los nuevos compañeros de ruta, no tomé: Puente
Viejo, Piornalejo, Puerto de las Yeguas (que discurría paralela a la garganta
del Collado).
Llegamos al puente Nuevo que
fotografiamos desde todos los puntos posibles, lo cruzamos, abrimos una
portilla y tomamos un sendero precioso, en su primer tramo, como si hubiésemos
realizado una curva de 180º. Ahora teníamos los Infiernos a nuestra izquierda y
cada vez más abajo a medida que avanzábamos en esta nueva senda. Subíamos por
la ladera de La Mina.
El itinerario nos llevaba por
laderas plagadas de Cantueso que le daban un toque de color y olor al
recorrido, y por zonas de bosque espeso, que nos aplacaba el sol reinante,
además de una alfombra de helechos. Se trataba de un espléndido robledal.
Ya por camino, más que senda,
cruzamos transversalmente la Cuerda de los Lobos, que era la cordal a la que
tuvimos que subir venciendo una pendiente suave y progresiva.
Justo en su divisoria,
abandonamos el carril para, de nuevo sobre senda definida y entre un denso
robledal que a medida que íbamos descendiendo se transformó en un castañar, ir
descendiendo la ladera contraria, que daba ya a Jerte, a veces mediante zigzag
que mitigaba la fuerte pendiente de algunos tramos.
Se trató de un recorrido entretenido
ya que, en todo momento, estábamos cubiertos por esa masa arbórea que nos
acompañó en el descenso. Alcanzamos un claro desde donde se divisaba, aun a una
buena altura, el pueblo de Jerte indicado mediante un poste indicativo.
Continuamos con la bajada. Pasamos
próximos a varias casas con sus fincas, siempre paralelos a una nueva
barranquera con su transparente curso de agua, hasta que conectamos con un
carril de firme hormigonado y los
árboles que nos acompañaron, en esta última etapa, se fueron transformando a
cerezos.
Muy cercanos al pueblo, y ya por
la zona de la Zalama, conectamos con el inicio del trayecto realizado a la ida
y de allí al coche.
Llevé a los tres compañeros de
ruta a su aparcamiento, situado a la salida de Jerte hacia Cabezuela del Valle
y, a la altura de los Arenales, nos dirigimos hacia el camping Valle de Jerte y
al Campamento Emperador Carlos V, donde tenían sus vehículos.
Regresé por Mª José y nos tomamos
unas cervezas y tapas antes de partir directamente hacia Sevilla.
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