domingo, 28 de septiembre de 2014

Ruta del Tempranillo

Ruta realizada el día 15 de Marzo del 2.014.

Fuimos Espino, Eugenio, Conchi, Pepe, Pilar, Juan José, Mª José y yo, Antonio.

Desde Sevilla y por la autovía de Madrid, llegamos a Estepa desviándonos hacia Casariche y, por último, a Badalatosa. Una vez en el pueblo, tomamos la carretera que se dirige hacia Corcoya, dejando los vehículos junto a la carretera, a la altura de la presa del embalse Malpasillo.


Con mochilas a la espalda, botas de montaña en los pies y crema solar para la cara y el cuello, iniciamos nuestra ruta programada.

Nos encontramos con un día soleado; demasiado para mi gusto!!! En Andalucía es lo que pasa, del invierno pasamos, casi, al verano; apenas hay una transición notable.

Nos encontramos las aguas del Genil interrumpidas por la presa y con multitud de maderas, juncos y cañas flotando junto a ella, aparte de, por desgracia, algunos botes de plásticos y otras basuras urbanas.


Al contemplar longitudinalmente el curso fluvial, se divisaba, al fondo, el cerro al que pretendíamos subir.

La ruta daba comienzo entre dos pequeños pilares que tenían escrito, en relieve, el nombre de la ruta, “Ruta del Tempranillo” y el supuesto bandolero, sobre su caballo.


Caminábamos paralelos al Genil, por un carril de tierra entre árboles de olivos, por la zona, según el IGN, de Juan Zarco.

Llegó un momento en que el camino se acabó justamente en el mismo gran meandro que hace el Genil. Curiosa curva de 180º que describe el río en ese punto. Allí nos encontramos con un cartel metálico que nos indicaba dos posibles direcciones, una para ver el meandro desde un mirador (que no tomamos) y otra para el paraje el Sandino, que es por donde continuamos hacia el Paraje Natural del Embalse de Malpasillo.


Caminamos por el mismo borde del río, a cierta cota, observando cómo el talud de tierra que formaba su orilla, en algunos tramos, se había vencido y caído hacia el mismo.


A continuación tuvimos que pasar junto a una masa inmensa de plantas. Una variedad de planta acuática, parecida a plumeros, que ocupaban una vasta superficie bordeando el Genil por ambas orillas.




Atravesamos un pequeño bosque de árboles cuyas ramas se entremezclaban unas con otras dando una sensación de caos. Todo por sendero perfectamente marcado y claro que se veía muy pisado. Debía tener bastante afluencia de senderistas.


Pasamos por una pasarela de madera que salvaba al arroyo del Pontón que alimentaba al río y que, más adelante, íbamos a visitar de nuevo para ver su gruta. Paso subterráneo de grandes dimensiones y muy atractivo.



A partir de aquí, el sendero se estrechó pero seguía perfectamente marcado. Comenzó a tomar pendiente subiendo paulatinamente por la falda de la ladera que formaba el cerro La Cabrera. En algunos puntos tenía una fuerte pendiente lateral que, a alguno del grupo, le hizo dudar.






A medida que recorríamos esta zona, era más evidente el gran encajonamiento que producían las laderas de los cerros en cuyo fondo discurrían diferentes arroyos. Llegados al punto más alto de este tramo, bajamos hacia un puente natural que cortaba literalmente el barranco y unía ambas laderas. 


Debajo estaba la gran ruta y principal objetivo de este recorrido.

Bajamos despacio hasta el mismo curso del arroyo Pontón, con cuidado, porque el terreno era muy resbaladizo a causa de la tierra suelta y pequeñas piedrecitas.


Una vez abajo, en el propio curso de agua, nos sorprendimos con lo espectacular de ese paso subterráneo. No daba la impresión de estar construido sobre terrenos demasiado consistentes, aunque se trataba de un lugar inesperado, sorprendente y muy llamativo.




Tras explorarlo en condiciones y haber picado algo, reanudamos la marcha y regresamos por nuestros pasos hasta que lo dejamos a nuestra izquierda y continuamos, ladera arriba, por un sendero con un lateral empedrado que limitaba un campo de cultivo con olivos.


Alcanzamos un carril de tierra procedente de la Ermita de la Fuensanta, por el que, más tarde, pensábamos volver en dirección opuesta para realizar la circular.

De momento, caminábamos hacia el lado contrario de la Ermita y en ascenso, saliéndonos un momento para subirnos a un promontorio de piedras que hacía las veces de mirador natural de todo lo que hasta ahora llevábamos recorrido, entre otras vistas.




Nos encontramos con edificaciones, abandonadas y derruidas, de lo que podían haber sido dependencias relacionadas con las minas que hay por aquí. En una de ellas nos encontramos con un roedor atrapado en una fisura de la pared, ¡! también tuvo mala suerte el animal de quedar atrapado de aquella forma ¡!.







Construcciones como de almacenamiento o de clasificación así como una pequeña mina que disponía de dos ramas que se introducían algunos metros hacia el interior.

Tras la exploración de esta zona continuamos cerro arriba para coronarlo, llegando a pisar el Cerro La Cabrera, con sus 449 m de altitud. Se tenían unas amplias vistas de todo el entorno que nos rodeaba. Hicimos las fotos de rigor, buscamos un lugar adecuado, además de buen balcón, y allí almorzamos sendos bocatas, con sus respectivas cervezas, más el lote de entrantes que fueron surgiendo.




El regreso y bajada, la hicimos por el mismo camino hasta llegar al punto donde conectamos con el carril en la subida. A partir de aquí, y ya todo el tiempo por carril, llegamos a la Ermita.


Hasta aquí llegaban los coches. De hecho, llegó uno cuando estábamos viendo la fachada de la Ermita que también contaba con un antiguo palomar muy curioso que se veía a lo lejos, por encima de ella.



Anduvimos un trecho por la propia carretera, dirección a Corcoya, pedanía de Badalatosa, pero nos desviamos a nuestra izquierda, antes de llegar a la población, por otro carril de tierra que discurría entre un olivar. Comenzábamos a trazar la circular y paralelos al arroyo del Algarrobo.


Pasamos junto a otra edificación derruida y con vistas al cerro que anteriormente habíamos coronado. Íbamos cerrándole el cerco y, por lo tanto, cumpliendo el itinerario, pero antes tuvimos que sortear el arroyo.


Para ello, dejamos el carril, aunque terminaba un poco más adelante, y por un senderillo entre algo de maleza y cubierto como si de un pequeño bosque de ribera se tratase, llegamos a un precioso rincón por donde fluía el arroyo entre rocas y plantas.




Una vez atravesado, caminamos por la ladera que tenía al río Genil, como límite en su contorno, con la isla de la Víbora enfrente.

Era llamativo contemplar la inmensa superficie de plantas plumeros que cubrían ambas márgenes del río.



Algo más adelante, conectamos con el punto que cerraba definitivamente la circular al cerro siendo, el resto de la ruta, el mismo trazado que el que realizamos por la mañana cuando iniciamos la marcha.


Ya en los coches, y cambiados de calzado y algunas prendas, a Juan José se le ocurrió nombrar la palabra “Buñuelos” y, automáticamente, salimos dirección Montellano en busca de ese preciado manjar que, mojado con chocolate calentito, os podéis imaginar cómo estaban.
Ir a Montellano, nos obligaba a desviarnos algo de la ruta de vuelta, unos 20 kilómetros más, pero …… todo sea por esos ricos B U Ñ U E L O S.

DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:





 Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace de Wikiloc:

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