Ruta realizada el día 13 de Abril
del 2.014.
Fuimos los de siempre, Patxi,
Juan José y yo, Antonio.
Desde Sevilla, por la carretera
nacional, nos trasladamos a Jerez donde tomamos la autovía del Toro, que une
Jerez con los Barrios, desviándonos hacia Benalup, Casas Viejas. Una vez allí,
tomamos dirección a las Lagunetas por la A-2226 y, a la altura del área
recreativa del Celemín, dejamos el coche.
Esta ruta la pongo en el blog de
forma casual pues, lo que relataré a continuación para nada coincidió con lo que
teníamos proyectado realizar.
Nuestro proyecto inicial era
visitar la sierra Momia y todas sus cuevas de areniscas con esas formas
caprichosas que la erosión y el tiempo han labrado sobre ellas. También, si
encontráramos alguna pintura rupestre, sería bienvenida pero, cual fue nuestra
sorpresa cuando, al llegar allí, un cartel de sendero cerrado y una cancela con
cerrojo, nos impidió el paso.
La verdad es que, lo primero que
se te viene a la mente es que en este país, y sobre todo aquí en el Sur, está a
la orden del día lo “mío y tuyo no”, lo privado antes que lo público. Entiendo
esto en una vivienda o pertenencia pero, en una sierra donde no se sabe que
bicho pasa, muere, nace o qué plantas crecen o desaparecen, mientras sólo dejes
las huellas de tus botas y te lleves las fotos de tu cámara, no termino de
comprenderlo.
Entiendo que existe mucho
desaprensivo suelto que hace daño consciente o inconscientemente pero,
muchísimos, muchísimos más (porque si no, no quedaría nada), que gozamos y
cuidamos el entorno, y nos gusta contemplar la belleza natural y, poniendo unas
leyes restrictivas para todos, sólo el grupo de privilegiados, que por
desgracia también en este país abunda, puede disfrutar de estos lugares; el amigote de.., el conocido de tal.. que van
de protectores autonombrados de ciertos lugares, gestionándolos como un coto
cerrado, y gozan, con la excusa del proteccionismo de estas maravillas que sólo
ellos, pueden visitar; y el resto… a la cola; el de atrás que corra. En lugar
de esto, deberían buscar una fórmula más factible para que todo interesado
pueda contemplarlo, por supuesto, con la misma calidad que esos otros lo hacen…
sin rejas, sin costes, etc…
Si algún lector conoce alguna
fórmula para poder visitar esta sierra en toda su longitud, le estaría muy
agradecido de que me lo indicara y, lo máximo que pueden temer de mí y mis compañeros
de ruta habituales, es lo fatigas y minuciosos que podemos ser investigando
nuevos lugares. Por lo demás, somos tan amantes de lo natural como el que más.
No lo pongo como reivindicación,
si no que quiero expresar en estas líneas lo que yo pienso de este asunto, nada
más.
Continuamos por el borde de la
carretera buscando algún paso que encontrásemos cómodo para poder entrar en la
zona. A la altura de un pequeño cauce, que cruzaba la carretera por debajo,
observamos que el vallado era fácil de superar y así lo hicimos pero, tras
caminar unos cuatrocientos metros, un guarda nos llamó la atención y nos indicó
amablemente que saliéramos de esa finca.
Nos comentó que era un guarda
contratado por la Junta de Andalucía y que custodiaba esa extensión de terreno
de carácter privado. Aunque algo contrariados, nos dimos la vuelta y salimos
por donde entramos, dirigiéndonos a nuestro vehículo. Una vez allí, decidimos
avanzar algo por la carretera y explorar otra zona que también teníamos en
cartera aunque nada estudiada para el día de hoy. Intentar llegar al pico
Garlitos que sabíamos que estaba relativamente próximo por esa zona.
Por carretera y en coche, pasamos
las ventas de Estudillo y de Carrero, el Puerto del Moro, donde había unos
chalets impresionantes, y nos metimos en el primer carril que se abría a
nuestra derecha. Allí aparcamos.
Desde este punto pretendimos
acometer nuestra proeza de llegar al Garlitos sin tener demasiada información
de cómo acceder a él.
Caminamos un buen trayecto
paralelos a la carretera por un carril muy difuso en sentido contrario a cómo
llegamos. Casi alcanzamos de nuevo el Puerto del Moro pero, antes, nos
encontramos una cancela que cortaba el camino. La abrimos y pasamos dejándola
como estaba.
Realmente caminábamos muy
próximos y paralelos al camino del Cuervo, aunque esa información la
desconocíamos en esos momentos.
Pasamos junto a unos riscos de
rocas en los que nos encaramamos. Rocas con colores blanquecinos, amarillos y
ocres, muy curiosas. Proseguimos hacia un cerro que se nos presentó en nuestro
trayecto, el cerro de las Peñuelas, siempre con un vallado lateral a nuestra
derecha.
Tuvimos la suerte de contemplar
un escurridizo corso (si no me equivoco de animal).
Por supuesto, lagartijas tomando
el sol vimos varias.
No recuerdo ni cómo ni en qué
punto conectamos con el carril, el camino del Cuervo, pero el caso es que lo
seguimos durante un larguísimo trayecto. No es el trazado que a nosotros nos
gusta pero el día no nos estaba saliendo nada bien y algo era algo.
El itinerario nos reservaba
tramos con acusadas y fuertes pendientes pero, a la vez, con bellos paisajes y raras formas en las rocas, así
como un bello alcornocal.
De repente, a lo lejos, observamos
una extraña piedra agujereada que, a medida que nos acercábamos a ella, íbamos
siendo más conscientes de su tamaño. Al menos, algo atractivo, que justificase
nuestro desplazamiento, logramos encontrar.
Lo pasamos como enanos
fotografiándonos, con este descubrimiento, por todos sus rincones.
La bautizamos como la “Piedra
Horadada” a expensas de algún otro nombre oficial que no encontramos.
Escribiendo estas líneas, veo que el IGN marca en la zona Peña Horadada.
Tras saturarnos por completo de
este sorprendente e inesperado hallazgo, proseguimos por el carril.
Llegamos a la altura del Convento
del Cuervo y, siempre con un vallado lateral a nuestra derecha, lo estuvimos
fotografiando. Tengo entendido que se trata de una edificación comprada y restaurada
por manos privadas, cómo no!! Y lo que doy fe es que se encuentra vigilada y
acotada por un alto vallado y por cámaras y guardas con perros. De hecho, a la
vuelta y no a la ida, nos salió al encuentro el guarda al otro lado del
vallado.
Estaba claro, ese día, teníamos
una sensación de malhechores, perseguidos y observados, que tardó bastante
tiempo en irse de nuestras cabezas.
Entre grandes alcornoques,
conectamos con senderillos de cabras que se introducían entre brezos en flor
con tonalidades rojizas y rosas preciosas.
Llegamos a una cordal pétrea algo
inclinada y afilada dónde, al darnos cuenta de lo que aún nos quedaba y del
terreno tan incómodo para continuar, además de los numerosos vallados
constantes a salvar, decidimos darnos la vuelta y contentarnos con la piedra hallada
como botín de ruta.
Lógicamente, también forman parte de ese botín los momentos
vividos y las fotos realizadas aunque, en este itinerario, nos sentimos más
como convictos que como meros montañeros, que es lo que nos consideramos, con
la única idea de gozar de la naturaleza sin molestar al resto de los mortales.
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