Ruta realizada el día 27 de
Diciembre del 2014.
Fuimos Mª José y yo, Antonio, a
realizar una ruta circular que, sin demasiado desnivel, me habían aconsejado
por bonita y agradable.
Realmente así fue. Incluso
intensificado por las condiciones en las que lo encontramos, una escarcha que
cubría todas las hierbas y arbustos, que le daban un toque blanquecino, y una
capa de hielo, principalmente en el comienzo del itinerario, formada sobre la
superficie del agua del río Guadares. A todo este conjunto se le sumaba las
diversidad de colores existentes, desde el rojizo de algunas hojas, a los
amarillos y verdes de otras.
Para llegar hasta el comienzo de
la ruta, cogimos la carretera de Utrera y tomamos dirección Ronda. A la altura
del Puerto de Montejaque, nos desviamos hacia Grazalema, una carretera que hay
que tomar con las oportunas medidas de seguridad por su estrechez, sus curvas y
por algún que otro conductor que piensan que van ellos solos por la misma.
Justo antes del cruce que nos llevaría
hacia Grazalema, a la derecha, o a Villaluenga del Rosario, hacia la izquierda,
nos encontramos con un bar restaurante, ubicado a la izquierda según nuestro
sentido de marcha.
Giramos a la izquierda tomando
por un carril de tierra, dejando a nuestra derecha al citado bar. Allí
aparcamos.
Con mochila a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos esta ruta bien abrigados, con una temperatura
en torno a los cero grados aproximadamente, caminando por el carril, que
rápidamente se bifurcaba, tomando el ramal de la izquierda, que ya nunca
abandonaríamos. Pasamos entre fincas, un pequeño pinar y, cuando el camino se
tornó descendente hacia una planicie donde se observaba un puente sobre el río,
nos salimos del él hacia nuestra izquierda, teniendo el río a la derecha.
Se trataba de un sendero, de unos
23 km, donde se podían diferenciar dos partes o zonas diferentes. La primera,
en suave descenso, siguiendo el curso del río continuamente junto a una de sus
márgenes y, la segunda, con una subida relativamente intensa por un camino, que
nos depositó en el Puerto de Forcila, para ir suavemente descendiendo por el
Cordel del Pozo de los Álamos y terminar por la Cañada de las Diez Pilas.
Tal y como cogimos el momento,
para mí, la primera parte, por la Cañada Real de Campobuche, fue la más
espectacular y agradable. Una escarcha que recubría todo, hierbas, hojas secas,
la propia tierra por donde pisábamos, incluso ramas y hojas de los árboles y un
frío intenso, pero perfecto para caminar por el bosque.
Sólo el ocre de la tierra y el verde
de las encinas y alcornoques competían con el blanquecino color del resto. Incluso
el brillo del agua, estaba apagado con la placa helada que cubría la mayor
parte de la superficie del agua.
Me imagino que, aunque siempre
será muy bonito y agradable caminar por este lugar, estos contrastes resaltaban
aún más su belleza natural.
Un sendero bastante claro y
definido que, en ocasiones, nos hizo cambiar de margen atravesando el río por
rocas dispuestas para la ocasión. Aguas claras dejando ver su fondo, árboles en
precario equilibrio en sus orillas, con todo tipo de tonalidades, y arbustos de
porte bajo conservando la capa helada sobre ellos.
Troncos rotos, secos y caídos.
Alfombra de hojas secas por donde pasábamos.
Con tanta belleza a nuestro
alrededor, caminábamos muy distraídos y fotografiando todos sus rincones hasta
que llegamos a la altura de una pequeña y vieja represa, antiguo muro curvo de
piedra separado de ambas orillas, que hacía de cola de una superficie de agua
embalsada. Aquí, el río se ensanchó y era atravesado por un estrecho y pequeño
puente que permitía el paso a un camino que atravesaba al río transversalmente.
Seguimos entre matorrales,
quejigos, encinas y alcornoques principalmente, hasta que llegamos a una presa,
causante del engrosamiento del cauce, que dejaba correr una fina capa de agua
que resbalaba por ella y continuaba alimentando el cauce del Guadares, cauce
que estaba colmatado de arbustos.
Continuamos junto al arroyo cuyas
aguas iban ocultas entre un cauce, esta vez, formado por caos de rocas. El
sendero se transformó en camino y, ya cómodamente, caminamos varios kilómetros.
Cruzamos dos arroyos, ambos
entubados al paso de nuestro camino, incluido el arroyo de Forcila.
Alcanzamos
un cruce de caminos, en la zona de los Bancales, con una cadena que impedía el
paso a vehículos y un cartel que indicaba coto micológico.
Tomamos dirección hacia el
cortijo de los Calabazales, donde el terreno se hizo más abierto y algo más
llano y donde nos encontramos con multitud de vacas que pastaban tranquilamente
bajo el calorcito reinante.
Alcanzamos la fuente de los
Lirios y, a continuación, un fantástico puente con un solo ojo que salvaba el
curso fluvial y daba comunicación a una serie de casas situadas en la zona del
Llano de la Laguna.
Continuando por el carril,
llegamos al cortijo de los Calabazales, donde estuvimos charlando un rato con
un señor mayor que nos ofreció una amplia información sobre lugares y caminos
de la zona.
Desde aquí, sólo se veía un
enorme y amplio valle donde estaban, plácidamente, las vacas y un marcado
cauce, como una herida zigzagueante, recorriéndolo longitudinalmente. Ese era
el mayor parecido a un supuesto y posible embalse que nos podríamos haber
encontrado en esa ubicación, el embalse de Montejaque.
A partir de aquí, el camino, en
la parte que daría hacia el embalse,
disponía de una mini barandilla, haciendo las veces de bordillo mediante
palos de madera.
Continuamos un trayecto, como
dirección hacia el cerro del Hacho, encontrándonos con una pequeña área de
descanso con varios carteles informativos, uno hablando sobre el observatorio
de Abejaruco y otro sobre la ubicación del nacimiento Huerta de la Gorda. Al
lado estaba una pequeña casetilla de transformación eléctrica.
Pronto dimos con un encuentro de
caminos. Se trataba del Cordel de los Pozos de los Álamos, que se unía al
nuestro, y nos desviamos por él, abandonando el cuidado camino por el que
marchábamos.
Comenzamos a patear la parte más
exigente de esta ruta, unos largos dos kilómetros que, sin ser nada del otro
mundo, nos hizo sudar, ya que se trataba de un carril en ascenso que superaba
un desnivel de unos doscientos cincuenta metros aproximados y que iba paralelo
a un arroyo estacionario que alimentaba al supuesto embalse.
Alcanzamos su parte superior, el
Puerto de Forcila, tras un rato de subida y entreteniéndonos en fotografiarnos
en diversas zonas aunque, justo antes, dejamos a nuestra derecha un desvío
hacia el cortijo de la Charca.
Las vistas desde el Puerto eran
magníficas, con toda la sierra del Pinar al fondo. Comenzamos de nuevo un suave
e imperceptible descenso entre un espléndido bosque principalmente de encinas.
Pasamos junto a la entrada del
cortijo del Huérfano y, más adelante, nos encontramos con un monolito en
recuerdo de D. Alonso Moscoso Solano, asesinado en el 35. Caminábamos por un
maltrecho carril que, poco a poco, se convirtió en senda.
Llaneamos por una amplia
extensión de terreno, junto a muros de piedras y aisladas y enormes encinas.
Algún que otro puerco o cerdo, vimos por la zona, además de un pozo a rebosar.
A la altura de los Frailecillos,
una extensión que dejamos de lado formada por varias elevaciones rocosas, de
paredes verticales, situadas al Sur, encontramos un poste de madera con la
indicación hacia Grazalema, por donde tomamos. Allí mismo nos sentamos para
picar algunas frutas.
Esta dirección nos llevaba
directamente hacia los Lajares, otra estribación montañosa donde el pico más
representativo era el cerro del Zurraque. En este recorrido pasamos próximos al
cortijo del Cabrizal y contactamos con una senda que recorría paralelamente la
base de toda esa mole de los Lajares, caliza en estado puro.
Tras pasar al menos dos
portillas, la última con un curioso cartel de “Se prohíbe la recolección de
setas y hongos sin permiso municipal”, (terminaremos pagando por realizar
senderismo, tiempo al tiempo..) dimos
con la Cañada de las Diez Pilas, justamente en el mismo vértice de los Lajares,
en su parte más Norte.
Ya por este camino, por donde
transitaban vehículos, y dirección Norte, llegamos al puente sobre el arroyo de
Campobuche, lugar por donde, a la ida, nos desviamos para comenzar esta
circular.
Sólo nos restó continuar por el
mismo hasta llegar a nuestro coche donde, tras cambio de calzado, terminamos en
nuestro bar favorito de Montellano, el bar Rural.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace:
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