Ruta realizada el día 13 de
Octubre del 2014.
Fuimos Mª José y yo, Antonio.
Tras el recorrido y exploración
de Sierra Crestellina la semana anterior, nos quedó esta zona por patear, la
cual la observamos desde los numerosos miradores que nos encontramos en la
Sierra anterior, produciéndonos unas gratas e interesantes sensaciones.
Así que, por el mismo camino por
el que llegamos a Casares para la ruta de la semana anterior, vinimos a
realizar éste. Sólo cambió el lugar donde dejamos el vehículo.
Una vez que salimos de la
autopista de peaje, llegamos a la rotonda donde tomamos dirección Casares y,
por la carretera A-377 que une Manilva con este pueblo y pasada la cancela que
cierra la cantera a mano derecha, dejamos el coche en el segundo camino de
tierra que nos encontramos en el lado derecho. Concretamente el que se dirigía
hacia el “Canuto de la Utrera” donde, un cartel de la Junta, lo denomina con el
itinerario nº 11. Junto a él, aparcamos.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestra ruta con un marcado carácter
investigador, ya que llevaba cargados en el GPS multitud de tracks y, en una
fotocopia, la Sierra de la Utrera con los diferentes itinerarios a distintos
colores. ¡Íbamos a perdernos por el torcal!
Comenzamos caminando por el
carril de tierra que recorre el denominado Paraje de “los Llanos”, pasamos
junto a la Casa de Los Llanos y entre un grupo de viviendas más. A continuación, el
camino cruzaba el cauce seco del Canuto de la Utrera para ir tomando
paulatinamente altura y dejar a la derecha y, cada vez más abajo, el citado
cauce.
Comenzamos la aventura!! Nos
fuimos desplazando por una cornisa relativamente ancha, con diferentes obstáculos,
salvando grandes rocas, pasadizos entre ellas y cornisas de todo tipo. Nos
movíamos por la pared Sur de la Sierra de la Utrera, a bastante altura sobre el
Canuto, y casi a la altitud máxima de toda esa planicie que forma la Sierra de
la Utrera pero sin poder alcanzarla en ningún momento ya que nos separaba de
ella una muralla pétrea, de unos quince metros, formada por la típicas planchas,
dispuestas unas encimas de las otras, de los torcales, estratos horizontales
muy marcados y llamativos.
De vez en cuando, probábamos
suerte entre algunos rotos de la imponente muralla, pero siempre encontrábamos
algún punto insalvable que nos hacía retroceder.
El paisaje maravilloso, siempre
dándonos oportunidades de continuar y probar alguna otra alternativa pero, como
tenía intención de realizar una circular completa a esta Sierra, tampoco me
quería entretener demasiado con las exploraciones, que, conociéndome, soy un
fatiga. Así que, a mi pesar, decidimos invertir el sentido de la marcha,
retroceder por nuestros pasos y explorar por la parte superior.
Tomamos un desdibujado camino que
nos llevó a una pequeña cantera abandonada. Allí comenzó a llover y nos
resguardamos un buen rato bajo una encina. Dudamos el proseguir con la ruta ya
que, la roca mojada completamente, resbalaría mucho más y parecía que la pinta
del día no iba a mejorar.
Coincidimos con un grupo de
senderistas que bajaban de la parte superior del torcal, de la meseta. Iban
calados completamente, con camisetas y ropas poco técnicas.
De repente el cielo comenzó a
perder el color gris plomizo y se fue clareando, dejó de llover y decidimos
continuar con la aventura pero teniendo una mayor precaución.
Una vez arriba, descubrimos el
torcal propiamente dicho. Es un torcal muy diferente al de Antequera, aunque
con las características comunes de todos ellos, formaciones extrañas con
estratos calizos horizontales apilados.
Lo primero que me llamó la
atención fue que parecía que las diferentes formaciones que poseía esta Sierra
de la Utrera nacían sobre esta plataforma, a partir de ella. Lo segundo, era la
abundante vegetación que te taponaba el paso e incluso te impedía ver que había
más allá.
A pesar de todo ello, con
paciencia y con algo de observación, se podía caminar por los diferentes
senderos que la recorrían aunque, a veces, era difícil ya que se cruzaban unos
con otros.
Fuimos describiendo una pequeña
circular y descubriendo formaciones curiosísimas; algunas burlando la ley de la
gravedad, otras en equilibrios precarios e insospechados y otras con formas
parecidas a otras cosas, según la imaginación de cada uno.
Caminando entre tan diversas y
caprichosas formas, de repente, nos vimos asomados al límite Oeste de
la Sierra, un magnífico mirador natural sin estorbos para la visión, desde el
que se percibía perfectamente todo el itinerario realizado hasta el momento,
entre otras cosas.
Desde este punto nos dirigimos
hacia el punto donde iniciamos la subida a esta plataforma, no sin tener algún
que otro problema de orientación ya que, a veces, el trayecto se interrumpía
por maleza o por algún acceso complejo entre las rocas, pero al final lo logramos
y, repitiendo un corto tramo realizado a la ida, alcanzamos el punto donde nos
desviamos para explorar el torcal en el inicio de la ruta.
Una vez sobre el carril por el
que llegamos tras cruzar el cauce del Canuto de la Utrera, continuamos siguiéndolo
en paralelo. Éste, llega un momento que aparece completamente destrozado,
supongo por las crecidas de las aguas torrenciales del arroyo, y entonces se
convierte en un sendero que aprovecha las partes del carril intactas.
A la altura de dos enormes albercas
o algo parecido, a ambos lados de nuestra trayectoria, el Canuto se introduce
como en un enorme desfiladero, flanqueado por dos altas paredes verticales de
estratos horizontales, de una belleza extraordinaria.
Es una parte muy atractiva que
recorre paralelo y, a veces por el propio cauce, todo el Canuto, en descenso y
por un túnel vegetal contínuo, como una especie de bosque de ribera.
Las paredes cada vez se acercaban
más la una a la otra, se iba estrechando el paso, se hacía más aventurero y exigente, bajando entre bolos de rocas, por el cauce. A veces, entre la vegetación, se
dejaban ver las enormes paredes que nos delimitaban.
Algunos tramos estaban
empedrados, formados por grandes losas colocadas artificialmente. Poco a poco
fuimos descendiendo el Canuto hasta salir por otro tramo de carril, por su
parte Este, donde nos recibió con otro cartel de la Junta igual al del inicio
de la ruta.
Conectamos con el camino de
tierra que nos llevaba a los baños sulfurosos de la Hedionda, ahora dirección
Norte. Bordeamos la Ermita de San Adolfo y, siguiendo el camino, pronto dimos
con los baños.
Era curioso el fuerte olor
sulfuroso de toda la zona y más, el tono azulado-grisáceo de sus aguas que
emergían de la propia construcción que hacía de baños.
Un habitáculo de ladrillos vistos
con pequeños túneles de arcos de medio punto donde, por lo visto, se suelen
bañar las personas. Esta surgencia vertía sus aguas sobre el río Manilva, al
cual nos acercamos, y estuvimos observando las oquedades realizadas por las
personas sobre el fango endurecido del talud de terreno que delimitaba al río
por la orilla de enfrente.
Tras las fotos pertinentes
continuamos con nuestra ruta. Intentamos proseguir por la orilla del río
siguiendo diversos senderillos, pero ninguno tenía una continuidad clara y,
prácticamente, te obligaban a seguir por el propio curso así que, decidimos
volver al camino principal y continuar por él.
Llegamos a un punto donde el
carril se bifurcaba en dos, ambos limitados por cancelas que cortaban
completamente el acceso. Dejamos el de la izquierda y continuamos recto hacia
el del frente. La cancela la encontramos abierta y pasamos, entrando en una
especie de urbanización, como barracones de alquiler. Encontramos algunas
habitadas.
La bordeamos pasando por su lateral
llevando, el otro, al río. Al final de los barracones nos encontramos con una
piscina de uso común para esta especie de urbanización.
El trayecto continuaba con el río
al lado y longitudinalmente al mismo. Tuvimos ocasión de ver bonitas zonas del
curso fluvial pero, pronto, el camino se topó con otra nueva cancela donde se
acababa. Se trataba de la entrada de una vivienda, con una enorme extensión de
terreno, que tenía delimitado mediante un vallado.
Tuvimos que bordearlo de nuevo
entre la valla y el río. Se observaba que, en épocas de crecidas, el agua incluso
llegaba a la altura del vallado, lo que indica que ese paso sería
impracticable.
Más tarde, tuvimos que atravesar
el curso en varias ocasiones. Nos encontramos con un enorme eucalipto con
varios pies o, como si fuesen varios, saliendo muy juntos unos a otros.
Nos encontramos con enormes
piedras que tuvimos que sortear y hacer piruetas para no mojarnos hasta que,
por fin, alcanzamos la poza de las Palomas.
Una bonita poza con paredes
verticales por la derecha y por la izquierda, bastante inclinadas, que poseía
un canalón partido en su mitad, como si de una auténtica acequia se tratara, en
uno de sus laterales.
La poza se encontraba entre
nosotros y la continuación hacia la poza del Diablo, pero no pudimos encontrar
ningún paso, a no ser que nos mojáramos y, en estas fechas, la verdad que un
baño no es lo más aconsejable.
Tampoco dimos con el sendero que
seguiría hacia los molinos de Cancón y del Madrileño con idea de hacerlo
circular. Ya no íbamos bien de tiempo y mi pretensión era atravesar por pleno
torcal e intentar salir por donde, al inicio del día, nos introdujimos
ligeramente.
Así que, tras bichear por todos
sus rincones y fotografiarnos en la poza, decidimos invertir el sentido de la
marcha regresando de nuevo a los Baños de Helionda, y subir por el Canuto de la
Utrera.
Fuimos a buen ritmo para que la
noche no nos pillara en el canuto y logramos llegar con luz diurna al coche,
aunque con el sol escondiéndose en el horizonte.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace: