Ruta realizada el día 14 de
Febrero del año 2015.
Fuimos Juan José y yo, Antonio, a
realizar un trazado completamente experimental y trabajado bajo mapa
exclusivamente.
Por la carretera de Utrera,
llegamos a Ronda, dejamos el desvío para entrar en ella y tomamos dirección
hacia El Burgo. Antes de llegar a él, sobre el punto kilométrico 17, nos
desviamos hacia la izquierda por un carril de tierra que nos llevaría hacia el
monumento a Gregorio Gil, un guarda del Parque Natural de la Serranía de Ronda.
Junto a ese monolito de piedra, coronado con una gorra, prismático y un hurón
metálicos, aparcamos.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestra aventura sin saber, en ningún
momento, qué nos depararía la ruta proyectada. Bajamos por el carril por donde
llegamos en vehículo y dejamos al lado los restos de la Venta de Añoreta y su
fuente, con idea de visitarlos a la vuelta. Nos dirigimos hacia el primer pico
con nombre, en el IGN, Carramolillo de Serafín, una pequeña elevación de tupida
vegetación coronada por los característicos estratos calizos, de forma
cilíndrica (característica principal de los Carromolos) abundantes por la zona.
Tras las fotos de rigor
continuamos, dirección Norte, sorprendidos por este lugar donde ninguna valla nos
había cortado el camino hasta entonces.
El siguiente en ser respetuosamente
pisado por nuestras botas fue el cerro de los Majanales, un cerro muy aplanado,
rodeado por retamas y de firme de tierra con piedras calizas esparcidas. Sin
variar de dirección alcanzamos el collado al que nos dirigíamos, el Puerto del
Rabón. Por desgracia, llegó el primer vallado que se interpuso en nuestro
camino, pero tuvimos La suerte de atravesarlo por una portilla.
Nuestro recorrido pasaba por
subir unos picos calizos, de mayor altura que los anteriores, situados hacia el
Oeste, lo que nos obligó a superar el vallado que, en ese lateral, carecía de
puertas.
Por pendiente y entre terreno
calizo 100%, avanzamos hacia la primera cumbre y luego a la siguiente de esa
pequeña cordal. Allí nos detuvimos un rato, para gozar de las vistas,
observando cómo tres vehículos tiraban por el mismo camino en el que habíamos
dejado el nuestro. Esperando a tener compañía por la zona, tras un rato de
espera, no supimos hacia donde tiraron o si ni siquiera llegaron a salir de los
coches.
Todavía nos quedaba una tercera
elevación por conquistar situada exactamente al Norte de la que nos
encontrábamos. Una bajada, una subida y listo.
De allí bajamos, por una empinada
pendiente salpicada de multitud de rocas calizas, dirección Norte y hacia la
vaguada que formaba con el cerro del Espartal. En el fondo de la vaguada nacía
un arroyo de cauce seco que alimentaba al arroyo de las Palomeras.
Casi en la vaguada, tomamos dirección
Este para, poco a poco, ir subiendo la ladera del cerro del Espartal, terreno
calizo donde aprovechábamos las sendas de cabras que nos conducían por el lugar
más apropiado.
Ascendida esa falda, nos
encontramos con una enorme extensión que, de alguna forma, recorrimos, por su
contorno, en sentido de las agujas del reloj. Lo primero que nos encontramos
fue una cordal pétrea, a modo de muralla, que delimitaba toda la zona Oeste de
esa plataforma. Nosotros caminamos algo más metidos por el interior, saltando
un nuevo vallado que nos encontramos pero que, más adelante, vimos que
podríamos haber evitado caminando a su lado, ya que lo volvimos a saltar para
dirigirnos a otro carramolo que vimos en el extremo más Noroeste de esa
superficie.
Desde lo alto, se tenían unas
magníficas vistas de todo el contorno, así como de la abrupta caída hacia el
Noroeste que hacía esa plataforma. Allí, reguardados del viento como podíamos,
nos tomamos unas naranjas.
Continuamos con la ruta, cerrando
el contorno dirección Noreste, para pisar el cerro del Águila, un cerro
bastante plano y de firme entremezclado entre piedras calizas y tierra.
Seguimos en la misma dirección a
por el cerro del Moro, la elevación más alta hasta el momento, similar a la
anterior, pero que disponía de una esbelta estructura para albergar algunos
tipos de antenas. Estaba provista de numerosos tirantes de cables de acero que
producían unos sonidos extraños con el viento, parecía como si un camión pasara
por el lugar.
Continuamos, aproximadamente con
la misma dirección, abriéndose ante nosotros una enorme extensión de terreno
casi exento de piedras, hasta que alcanzamos como una plataforma elevada
formada por rocas calizas. Según el IGN, nos encontrábamos por la zona del
Castillete, donde cambiamos de dirección, tirando casi al Norte, buscando un
extremo rocoso a modo de mirador natural sobre toda la zona de Breñas del
Jardín, una pequeña depresión por donde discurría el arroyo de las Palomeras.
Antes de alcanzar ese
privilegiado lugar, que aprovechamos para comer, tuvimos que superar una débil
y maltrecha valla; supongo que para impedir una caída al vacío de los animales
domésticos.
Este punto fue el extremo más al
Norte y oriental de los que estuvimos pateando por esta sierra. Tras la recarga
energética y gozar de las vertiginosas vistas desde esta diminuta plataforma,
comenzamos a caminar dirección Sur y siguiendo el contorno Este de esa
plataforma alineados con un vallado perimetral, hacia el pico más elevado del
lugar, el pico Juan Pérez, con sus 1.214m de altitud.
Recuerdo caminar junto a un
vallado cuyo firme se iba complicando, a medida que progresábamos, con piedras
y plantas de mediano porte a sortear, así que decidimos pasar al otro lado por
donde iba un ancho carril algo abandonado o poco usado.
Terminó, éste, teniendo que pasar
por una amplia portilla. Ya sólo nos quedó coronar el pico que se encontraba
cerca. La cumbre rocosa nos recibió con un pluviómetro y un poste geodésico
desde el que se observaba, a vista de pájaro, la población de El Burgo.
Tras las fotos, continuamos bajando
en la misma dirección hacia el Escobonal, otra elevación perimetral de idéntica
altitud. Estuvimos fotografiando, desde allí, unas curiosas nubes lenticulares,
situadas encima de la Sierra de las Nieves, que aun conservaban algo de nieve
en sus laderas.
Pero antes de llegar nos
desviamos hacia otras elevaciones, tipo carramolos, que nos llamaron la
atención y nos entretuvimos escudriñando la zona.
Regresamos al Escobonal,
pisándolo como Dios manda. Aunque ya nos quedaba poco para cerrar el perímetro
de esa amplia plataforma, conectamos con un claro y ancho carril de tierra que
nos bajó de la plataforma. Pasamos junto al Carramolillo de Serafín, la primera
elevación que subimos en la ruta, y terminamos en la curiosa y llamativa fuente
situada junto a las ruinas de la venta de Añoreta.
De aquí, por el carril, hasta el
coche con el que, tras el cambio de calzado, salimos con ansia hasta el bar
Rural, en Montellano, para tomarnos unas cervezas y tapas merecidas.