Ruta realizada el día 14 de Marzo
del 2015.
Fuimos Mª José y yo, Antonio, a
realizar una segunda ruta por esta magnífica y agreste sierra de Castril, con
el apoyo del track de Alsamuz, colgado en Wikiloc, al que le agradezco por
compartirlo.
Comenzamos nuestra ruta, con
mochilas a la espalda y botas de montaña en los pies, desde el mismo punto que
la anterior ruta realizada en esta sierra:
Del cortijo del Nacimiento y del
poblado de la Central, donde se encuentran las tuberías metálicas, caminamos
por el mismo sendero que la ruta anterior, con el impresionante cortado del
barranco de Túnez al Oeste, con la diferencia que no cruzamos el puente que
salva el río Castril sino que continuamos en la misma dirección que llevábamos,
dejando a nuestra izquierda el citado puente.
Caminamos longitudinalmente junto
a una acequia que, a veces tapada y otras destapada, nos acompaña durante un
trayecto de nuestro recorrido, en ocasiones con barandillas de madera de
separación. También pasamos junto al propio cauce del río, que nos llevó al
lado de una pequeña presa tras pasar el cauce seco del arroyo de Alfonso,
tributario del Castril.
El sendero comenzó a tomar pendiente
y ponerse algo más sinuoso cuando alcanzamos un mirador artificial con un
cartel de la Junta donde indicaba el Nacimiento del río Castril. Se trataba de
unas grandes paredes verticales situadas en el lado contrario del que
estábamos. Al Oeste y por su parte inferior caían varias cascadas de agua que
confluían en un solo cauce excavado entre la unión de las dos laderas.
El lugar era privilegiado y
curioso, lo que me dio algo de coraje ya que, con la empresa que teníamos
previsto realizar, no me daba tiempo de entretenerme en otras ocupaciones
extras que surgieran, como era ésta, y explorar toda esa zona de los
nacimientos. Aún así, la fotografiamos con creces y estuvimos un buen rato
contemplando esa maravilla.
Continuamos en ascenso, por senda
clara y marcada, alcanzando las ruinas del cortijo Peralejo y, algo más
adelante, el collado hacia el que nos dirigíamos. Toda esa zona era muy
pedregosa y caótica, aunque el sendero iba trazando un recorrido muy eficaz.
Caminábamos dirección Norte por
el interior de un barranco amplio, el macizo de Los Peralejos a nuestra derecha
y el de La Puerca a la izquierda.
Formas caprichosas de muchas
rocas calizas, oquedades y abrigos en las paredes, nos rodeaban y salían a
nuestro paso.
Un trazado relativamente
horizontal y cómodo desde las ruinas del cortijo hasta el comienzo de la subida
hacia el Puerto del Cerezo, prácticamente a la altura de donde conecta el
barranco de la Osa con el Castril.
Desde lo lejos se observaba un
itinerario artificial para poder visitar e introducirse por el mismo barranco (hablo
del de la Osa). Se apreciaban escalones e incluso barandillas, aunque fue otro
lugar que tuvimos que dejar de lado. Ya programaré otra ruta para ver todo
aquello.
El cañón o barranco, por el que
caminábamos, se cerró y sólo teníamos la opción de continuar si salvábamos unas
laderas con bastante pendiente, no nos quedaba otra alternativa.
La continuación pasaba por subir
al Puerto o collado del Cerezo, lo que supuso un ascenso fuerte por un
senderillo con una pronunciada pendiente lateral que, además, era de tierra
suelta y hacía resbaladizo el avance pero, poco a poco, fuimos progresando,
pasamos una estribación rocosa y nos dejó en la canal amplia y terrosa que
culminaba en el collado.
Antes de coronarlo, nos
encontramos con un grupo de montañeros con los que estuvimos dialogando un
rato.
Por fin nos vimos en lo alto del
collado, IMPRESIONANTE; tanto las vistas hacia atrás, donde prácticamente se
veía todo el trazado recorrido, flanqueado por dos cadenas montañosas de
impacto, como hacia delante, donde también la vista se perdía en lo abrupto del
terreno que nos quedaba nos recorrer.
Por supuesto, tuvimos las
primeras vistas de la primera elevación que pensábamos pisar. De momento parecía
inexpugnable y retirada, aunque esto último, en la montaña, los que ya tenemos
muchos kilómetros en las piernas, sabemos que, cuando empiezas a caminar hacia
ellas, te das cuenta de que las encuentras más cerca de lo que en principio
parecía.
Nuestra dirección debería seguir
siendo Norte o Noreste, pero ello implicaba una enorme bajada para luego tener
una enorme subida así que, perdiendo la menor cota posible, nos dirigimos hacia
el barranco del Puerto, hacia el Noroeste.
Alcanzamos el nivel del barranco,
que llevaba agua, y nos acercamos un poco a su cabecera, lo que nos llevó a
descubrir nuevos y bellos rincones. Una nueva zona a explorar, con el Picón del
Puerto y la Morra de la Osa formando una atractiva cordal, que delimitaba toda
esa zona.
Continuamos con nuestra ruta,
caminando sin perder cota, más bien en suave ascenso, por la ladera Norte del
Barranco del Puerto. Llegó un momento en que nos encontramos entre dos cordales
que nos delimitaban a ambos lados y donde se encontraban, cada uno en una de
ellas, los picos que pretendíamos subir. A nuestra derecha, al Este, el
Caballo; mientras que Las Buitreras, se ubicaba a nuestra izquierda, al Oeste.
Durante un tramo del recorrido,
fuimos paralelos al Barranco del Cerezo, a cierta cota por encima de él, que
recibía las aguas del Barranco del Puerto, que cruzamos anteriormente.
Tuvimos que sobrepasar con creces
la elevación del Caballo. Se veía un pico muy escarpado y de difícil acceso. Se
trataba de un trazado claramente marcado por una senda muy visible que, aunque
pasaba por un terreno complejo, con zonas caóticas, hondonadas y subidas,
disponía de un firme cómodo.
Atravesamos la cabecera de este
nuevo Barranco tomando la dirección hacia la cordal del Caballo y llegamos a su
base rocosa utilizando una canal que, intuía, nos iba a dejar sobre la
divisoria de cumbres. Así fue, sólo nos quedó recorrer la cordal hasta llegar a
la cumbre de este primer pico. Panorámicas espectaculares.
Tras disfrutar de este balcón
inigualable, retrocedimos por nuestros pasos hasta alcanzar de nuevo su base. De
allí, bastó con alcanzar el próximo collado en la zona de Los Calderones.
En este punto tomamos la dirección
hacia la cordal de enfrente para subir al siguiente pico. Subimos decididamente
hacia el Noroeste y Mª José se quedó a mitad de recorrido, estaba harta de
piquitos!! Yo continué buscando mi segunda elevación, encontrando rocas en
aparente inestable equilibrio, aunque …
¿cuantos años llevarán así?
Alcancé la cordal, que era un
conjunto caótico y maltrecho de muchas enormes rocas apoyadas unas a las otras.
Recorrí un tramo de la misma hasta dar con la máxima elevación, Las Buitreras.
Fotos hacia todos lados, autofoto y rápidamente hacia abajo donde me esperaba
ella.
Nos dirigimos en bajada hacia el
collado anterior, aunque me desplacé en diagonal para salvar un amplio nevero
situado al Norte y justamente a continuación del citado collado.
Continuamos en descenso por la
amplia vaguada, dirección Noreste, y con el cortijo de las Palomas en nuestro
punto de vista, a lo lejos (lugar donde comenzaríamos nuestro regreso, cerrando
la circular)
En cómodo avance, por un terreno
sin complicaciones, llegamos al Barranco de la Cueva del Rincón, la parte más
baja del descenso, y lo cruzamos. En lugar de agua tenía nieve. Era una zona
relativamente llana y despejada de rocas, un amplio llano en medio de
cordilleras rocosas.
Ascendimos muy ligeramente hacia
el cortijo de las Palomas, que encontramos en ruinas. Se trató del punto más al
Norte de nuestro itinerario; a partir de aquí iniciamos la vuelta para ir
cerrando la circular.
Tomamos dirección Sur, hacia la
Majada del Consejo y la zona de la Cerradilla, junto al seco cauce del arroyo
que pasaba por allí. Lo primero que nos encontramos fue un depósito cilíndrico
de color verde, de grandes dimensiones; a continuación, una larga fuente
abrevadero, cuyas aguas sobrantes eran vertidas al suelo a través de su último
tramo y se dirigían hacia el barranco, como si del nacimiento de un arroyo se
tratase.
Tuvimos que pasar el arroyo por
una parte algo embarrancada, pero sin demasiados problemas, siguiendo una senda
no demasiado marcada. Progresivamente nos fuimos retirando del curso fluvial,
caminando por una de sus laderas. En este corto tramo existía algo de
confusión, ya que había varias alternativas de sendas de cabras pero todas
llevaban la misma dirección.
Nos entretuvimos fotografiando un
enorme espolón de roca que afloraba de una de las laderas colindantes. Era
parecido al Roque Cinchado de Tenerife, el que estaba impreso en los antiguos
billetes verdes de mil pesetas.
Cruzamos el barranco de Marfil
para, rápidamente, encontrarnos con un extenso cobertizo donde pararía el ganado,
aunque en ese momento no había un alma por la zona.
Desde este momento, la mayoría
del tiempo, caminábamos por sendas muy marcadas y anchas, prácticamente por
caminos o carriles.
Este regreso fue muy cómodo,
desde mi punto de vista “demasiado arreglado”, pero avanzábamos por un carril
que unía los diferentes cortijos entre los que pasamos, como el primero que
encontramos en nuestro trayecto, el cortijo de Cavila, al que luego se sumaron
otros como el de Morales y el de Pino Julián.
El líneas generales, llevábamos
dirección Sur, con la sierra Seca a nuestra izquierda y la de Castril, de donde
procedíamos, al lado opuesto. Pasamos por otras fuentes abrevaderos, pero cada
una que nos íbamos encontrando, iba siendo más largas, formadas por multitud de
tramos escalonados, aprovechando la inclinación del terreno. Deben existir en
la zona numerosas cabezas de ganado aunque no vimos demasiadas, cosa que me
sorprendió a la vista de esas larguísimas fuentes.
Sin lugar a pérdidas, pasamos
varios barrancos como el de las Majadas de los Carneros o el del Lobo, llamando
poderosísimamente la atención las vistas hacia sierra Seca, con los riscos del
Lobo en primer plano. Realmente llevaba preparado una circular aún más amplia,
por la propia cuerda de la sierra Seca, pero no tuve claro en ningún momento la
subida a ella, su posterior bajada y lo que me podía entretener, así que no
quise tentar a la suerte.
Pasado el último barranco, el del
Lobo, el camino nos llevó junto al cortijo de Viñas, entre la Morra de Viñas y
Hoya Primera, y hacia el cruce de una nueva vaguada pero, próximos a ella, el
camino se puso paralelo. Aquí fue cuando, mediante la indicación de unos
postes, dejamos el carril para cruzar el barranco por un definido sendero.
Este sendero, también muy visible
y claro, comenzó en ascenso hasta alcanzar una cota donde empezó a llanear y
mantener la curva de nivel, justamente en la porción de ladera que formaba parte
del barranco de las Palomas con todas las crestas calizas por donde, a la ida,
habíamos pasado, en frente, hacia el Noroeste.
En el momento en que el sendero
se alineó con todo el valle desde donde salimos por la mañana temprano, y tras
comernos unas frutas en unos riscos pétreos a modo de miradores naturales, se
tornó claramente descendente hacia el valle y, por supuesto, igual de marcado
con una serie de piedras delimitadoras cada equis metros del recorrido. ¡Cómo
para perderse!
Prácticamente en su tramo final
descendente, la pendiente era muy acusada pero la salvaba mediante numerosos
zigzag perfectamente delimitados y marcados ¡demasiado artificial!
Al finalizar esta bajada tuvimos
que sortear el barranco de Alfonso, que si llevaba agua aunque muy poca.
Continuamos, por sendero marcado,
por la zona de los Inhiestales y, antes de conectar con el camino de ida,
pasamos por unas lomas de firme diferente al resto de lo que habíamos pateado
que, más bien, me recordaba a la zona de los Alayos o el Trevenque, por
Granada. Un terreno de piedrecitas sueltas, de firme más inestable y
resbaladizo, aunque fue un tramo corto.
Una vez conectado, alcanzamos
pronto el Poblado de la Central y llegamos a nuestro coche.